El pasado viernes pasé por el recinto de la Feria de Abril del Fórum de Barcelona. Nunca había estado antes en una Feria de Abril, ni aquí ni en Sevilla ni en parte alguna, y por eso me pregunto por qué una Feria de Abril se celebra en mayo, porque mi ignorancia surge de un pozo inagotable de cosas que no sé. Como en el fondo y en la forma soy poco aficionado a la juerga y el bailoteo y el flamenco no es precisamente lo que más me gusta... En fin, que nunca me había llamado la atención, ésa es la pura verdad.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte trabajo dando soporte a una fundación que ejerce la tutela de personas que no pueden valerse por sí mismas. Mi trabajo consiste en apoyar a la fundación en la gestión patrimonial de estas personas, que viven castigadas por la vejez, la soledad, la locura o el desamparo. Cuántas veces miramos hacia otra parte y preferimos ignorar esta dura realidad.
Llevar las cuentas y rendir cuentas ante un tribunal, esgrimiendo un informe económico sobre la evolución patrimonial de tal o cual persona es un trabajo que te hace perder la perspectiva de lo que en verdad estás haciendo. Detrás de esos números se esconden personas de carne y hueso, y ésas personas (algunas de ellas) fueron las que nos arrastraron a la Feria de Abril. Una excursión matinal que acabó con banquete de fritanga, migas y paella, palmas y olés, en las que todos nos lo pasamos muy bien y esas encantadoras personitas, todavía más, reinas por un día.
Aparte, las tres chimeneas en el horizonte, el olor del aceite requemado, la música (siempre la misma) a todo volumen, la pareja de turistas japonesas que pidieron paella, la niña vestida de bailaora, las flores en el pelo, las palmas espontáneas, los reclamos de los camareros, el patriarca que pasea empuñando el bastón, las jovencitas que hacen girar la cabeza a los jovencitos, dejando risas a su paso, el cielo tan azul y un brisa fresquita del mar, el suelo de cemento, el óxido de los soportes de las placas solares del Fórum, los sombreros de paja, los lavabos de plástico, los embutidos y jamones tentando al personal, el kitsch de los quioscos que venden patatas fritas, chocolate o algodón de azúcar, los jamones colgando... incluso las calles vacías de una primera hora, esperando la afluencia de público de un inmediato y último fin de semana. Todo eso y más.
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