La Santa Catalina de Caravaggio (Hagiografía e iconografía)


Como es lógico, la protagonista de Santa Catalina de Alejandría de Caravaggio es Catalina, la santa. Caravaggio no la representó protagonizando conversiones y milagros, sino que pintó su imagen iconográfica. Es decir, una imagen que resumiera (nunca mejor dicho) su vida y milagros y que fuera identificable por quienes contemplaran el cuadro. Eso nos obliga a saber de la vida y milagros de Santa Catalina de Alejandría. 

Hay quien sostiene que Santa Catalina es una respuesta cristiana a la persona de Hipatia de Alejandría. Ésta era una filósofa (en verdad, una matemática y astrónoma) que, a sus sesenta años, fue salvajemente linchada por una turba de fanáticos cristianos, que pasearon su cadáver mutilado por las calles de la ciudad hasta depositarlo a los pies del altar de su iglesia. Un acto de caridad verdaderamente espeluznante.

El asunto mostró claramente a los paganos que los cristianos eran contrarios a la libertad de credo (como luego se demostró sobradamente) y llenó de infamia su recuerdo. Quien abraza esta teoría dice que Catalina sería (digámoslo así) una Hipatia cristiana, un contrapunto. Los publicistas cristianos no eran malos, como prueba que Hipatia murió a sus sesenta años (anciana para la época) y en cambio Catalina ya era filósofa a sus dieciocho, además de ser una bellísima doncella, con la que apetecía casarse (y de ahí vinieron muchos de sus problemas). La heroína, si guapa, mejor.

Típica imagen iconográfica de Santa Catalina de Alejandría.
La espada, la corona, la rueda...

Lo cierto es que los primeros documentos que hablan de Catalina de Alejandría datan de unos 500 años después de su muerte y un examen de su leyenda medianamente objetivo nos muestra que es un disparate histórico de los pies a la cabeza. No existe prueba alguna de su existencia, aunque no puede descartarse que hubiera una Catalina en Alejandría que inspirase el cuento. Pero, de haber habido tal Catalina, no sería la Catalina del santoral.

Como todas las leyendas de santos, la historia de Santa Catalina de Alejandría es fantástica y poética, tiene un toque de ingenuidad tan maravilloso como disparatado. Es también, cómo no, crudelísima, con escenas de brutalidad verdaderamente bestias, porque, no lo olvidemos, Catalina murió mártir.

Esta Santa Catalina porta corona, ropajes nobles, libro y espada.

Dice la leyenda que Catalina era de sangre real y apunta a los reyes de Sicilia... aunque en Sicilia, alrededor del siglo III dC, no había reyes. Pero ¿qué importa? Sangre real o nobilísima, en cualquier caso. De buena familia. Educada exquisitamente. De ahí que la niña fuera un prodigio y dechado de sabiduría y que a sus dieciocho años fuera una filósofa de gran inteligencia y agudos razonamientos. Además, se había convertido al cristianismo. ¿Cómo?

Por lo visto, se le apareció la Virgen con el Niño y ella se ofreció en matrimonio (místico) con Él. Como todavía no estaba bautizada, Él le dijo que era muy fea para casarse. Se bautizó y entonces Él aceptó su matrimonio. Catalina hizo del Cristo su único esposo, lo que impedía su matrimonio con quien quisiera desposarse con ella y fuera de carne y hueso. De virgen y mártir ya tenemos la virginidad resuelta. 

El matrimonio místico fue una metáfora medieval muy extendida a partir del siglo VIII, justo cuando nace la leyenda canónica de la santa. Lo digo por si preguntan.

En éstas que el emperador romano... perdón, bizantino (el Imperio era ahora el Imperio Romano de Occidente y el Imperio Romano de Oriente)... el emperador, da igual si de aquí o de allá, se presenta en Alejandría. La leyenda nos dice que era un emperador malo, malísimo, el terror de los cristianos, a los que perseguía con saña y crueldad infinita. También, que era lujurioso, lascivo... En fin, que no le faltaba de nada. Un malo perfecto para el cuento. Ahora sólo falta la heroína.

El emperador acude a un templo para oficiar un sacrificio en honor de los dioses. Recordemos que el emperador era la primera autoridad política y religiosa del Imperio, de cualquier religión, algo que los cristianos no aceptaban. A Catalina no se le ocurre nada más que interrumpir la ceremonia para echarle en cara al monarca el punto de vista cristiano del asunto. El malvado emperador se molesta por la interrupción, pero la contemplación de tan bella moza aparta de su cabeza una inmediata ejecución. Así que envía a un pequeño ejército de filósofos para que convenzan a Catalina del error de su religión (y, de paso, querrá obligar a Catalina a casarse con uno de ellos, que podrá escoger a discreción).

Dicho esto, a la vista del contenido del paréntesis, imagino que, más que una disputa filosófica, aquello fue una competición de varones para ver cuál de ellos era capaz de llevársela al huerto. Es decir, de filosofía, lo que entendemos por filosofía, poca, aunque los cronistas medievales insisten en la sutileza de ese ejército de sofistas y en la profundidad del debate en la que tiraban todos contra la tesis de Catalina.

La cuestión es que Catalina, al final del debate, había convertido a cincuenta de estos sofistas al cristianismo (sic) y seguía soltera. El emperador pilló un berrinche y mandó degollar a los cincuenta, sin pensárselo dos veces. Éstos aceptaron el castigo con alegría, seguros de ser recibidos en el Paraíso con los brazos abiertos. 

Entonces fueron Constanza y Porfirio a tratar con Catalina. Constanza era la mujer del emperador y Porfirio, el jefe de la guardia. Quizá Constanza quisiera convencer a Catalina para que se casara con Porfirio (o con quien fuera) porque el emperador ya le estaba echando el ojo a la moza. ¿El resultado de la reunión? Constanza se convirtió al cristianismo. Porfirio y doscientos soldados de la guardia imperial (¡doscientos!) también.

Segundo y notable berrinche del emperador. Mandó matar a Porfirio y a los doscientos soldados recién convertidos al cristianismo, organizando un considerable degüello. A su señora le reservó un trato especial: mandó que le arrancaran los pechos y luego la decapitó.

Ahora le tocaba el turno a Catalina. Mandó azotarla con un escorpión (un látigo con bolas de acero con pinchos). Cuenta la leyenda que Catalina pasó la prueba con nota, pues sanó milagrosamente de sus heridas. Se insinúa que bajaron unos ángeles del Cielo a proporcionarle los primeros auxilios tan pronto los verdugos la depositaron en la celda, más muerta que viva.

La bellísima Santa Catalina pintada por Rafael, expuesta en Londres.
Su único atributo, en este caso, es la rueda.

Mosqueado por la inefectividad del escorpión, el emperador mandó que la ataran a la rueda. Lo de la rueda es una tortura que no se sabe muy bien en qué consistía. Te ataban a una rueda llena de pinchos y según unas versiones esa rueda estaba engranada en un mecanismo que daba vueltas y vueltas y tú padecías un rato. Según otras fuentes, te ataban a la rueda llena de pinchos y te echaban a rodar pendiente abajo, hasta que la rueda caía por un barranco o se estrellaba contra una pared. Antes de morir del golpe padecías un rato, también. La rueda medieval, que luego emplearía la Inquisición con tanta afición hasta el siglo XIX (en España), se inspira en éstas, pero no es exactamente igual.

Aquí tienen a los ángeles liberando a Santa Catalina de la rueda.

La cuestión es que ataron a Catalina en la rueda y... ¡zas! ¡Pum! Primera versión: Dios envió un rayo desde el cielo que se cargó la rueda y todo el aparato, dejando libre e incólume a Catalina y chamuscados a los verdugos. Si la primera versión pasa por casual, la segunda es maravilla, porque en ésta bajaron unos ángeles del Cielo y desmontaron la máquina, ahí, delante de todo el mundo, haciéndola trizas. 

Ahora sí que el berrinche imperial fue de los que hacen historia. El asunto se zanjó deprisa y corriendo. Se acercaron unos soldados a Catalina y ahí mismo la degollaron y decapitaron. Fin.


La tumba de Santa Catalina de Alejandría en el monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí, que aparece en la imagen inferior. Es un lugar maravilloso.

¡Alto! ¡No tan deprisa! Porque prosigue la leyenda y dice que su cuerpo se lo llevaron en volandas unos ángeles al Sinaí. Unos monjes (cristianos) que habitaban en el lugar encontraron, siglos después(quizá en el siglo VIII), el cuerpo momificado de una joven en una cueva e inmediatamente dedujeron (¿cómo?) que los ángeles lo habían depositado ahí (sic) y que era, sin duda, Santa Catalina de Alejandría. Se la llevaron al convento, que es desde entonces conocido como el monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí, donde también veneran la zarza que viera arder Moisés camino de la Tierra Prometida. 

La he visto, la zarza. Ya no arde sin consumirse. Es un pedazo de zarza.

Aunque ni un solo hecho de los relatados puede probarse (ni siquiera que existiera la tal Catalina), la historia tuvo mucho éxito y Santa Catalina de Alejandría fue venerada como una de las catorce santas más eficaces del santoral (sic). Sólo Santa Bárbara podía hacerle la competencia, qué barbaridad. Luego su fama tuvo altibajos. Veneradísima en la Edad Media, su fama decayó en el siglo XIV. Pero no demasiado.

Santa Catalina de Alejandría se representa en la iconografía cristiana (católica y ortodoxa) con una corona (porque era de sangre real) o ropas nobles (porque, si no de sangre real, era al menos de muy buena familia). También, a veces, con un libro en la mano (por lo de filósofa), aunque, con más frecuencia, esgrimiendo la espada que acabó con su vida. No falta la palma del martirio (los mártires agitarán las palmas delante del Trono) y no puede faltar la rueda, en cualquiera de sus variantes. Recordemos estos símbolos cuando, más adelante, hablemos de la Santa Catalina de Alejandría de Caravaggio.

Dada su leyenda, Catalina de Alejandría es la patrona de la virginidad de las monjas ingresadas en un convento, que, como ella, se han casado todas con Dios. También lo es de las mozas solteras, para que sigan siendo vírgenes, naturalmente. Por supuesto, porque ocupa el lugar de Hipatia en la iconografía cristiana, es patrona de las mujeres que estudian y también de los filósofos. Su paso por la rueda la convierte igualmente en patrona de los carreteros y los mecánicos. El asunto de la rueda también inspiró a los relojeros; existe una rueda dentada en el mecanismo de algunos relojes llamada rueda catalina, por eso de los pinchos. Que coloquial e informalmente las tetas se llamen catalinas supongo que tendrá que ver con el final de la mujer del emperador, pero no lo sé seguro, sólo lo supongo.

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