El azar o el destino, o ambos al unísono, me han enfrentado con duras lecturas de manuscritos infumables que aspiraban a ser considerados el no da más de la literatura universal. Enfrentado a horrores ortogramaticales sin cuento, a tramas incoherentes, a estructuras narrativas que no se sostienen, he leído la última de Pérez-Reverte como quien se echa de cabeza a un oasis después de atravesar el Sáhara.
Eva es la segunda de la serie Falcó, protagonizada por un canalla que trabaja para los servicios secretos del bando nacional durante la Guerra Civil Española. El tipo es un cínico de mucho cuidado, un fatalista congénito, mujeriego, sinvergüenza, peligroso (muy peligroso), un personaje con el que no quisieras cruzarte en vida. Más o menos, un James Bond con acento de pijo jerezano, y perdonen ustedes. Sí, es verdad, como es machista, canalla, malvado, cabrón y además franquista, provoca rechazo y resquemor, pero el señor Bond, James Bond, no andará lejos de ser lo mismo y todos queremos ser como él, y aquí no veo tantos escrúpulos morales. Uno y otro, el británico y el español, admitámoslo, son malvados y de lo peorcito que parió madre, pero ambos consiguen que estemos atentos a cualquier cosa que hagan.
He leído Eva sin más intención que la de distraerme y entretenerme, y el texto ha cumplido a la perfección la tarea que pretendía que cumpliera. La historia se lee casi de un tirón. Tendrá alguna página que ni fu ni fa o que uno cambiaría, pero páginas de ésas las encuentro yo hasta en el Quijote; nada serio, pues. Una trama coherente, entretenida. El autor, en suma y para no alargarnos, da muestras de conocer bien su oficio y se agradece que nos ofrezca su trabajo. Bravo.
Los personajes de Eva son perezrevertianos, si existe tal término. La frontera entre cinismo y fatalismo es sutil y envenenada. El optimismo queda para otro día y no existe diferencia entre victoria y derrota más que en el nombre. Con todo, se rinden honores al heroísmo (que es, también, resignación) y el aire que se respira en algunas páginas de esta novela ya se respira en El húsar (la primera novela de su autor), en El maestro de esgrima (la segunda, creo) o en la serie del capitán Alatriste. Será éste un perfume conocido para los perezrevertianos que, seguramente, ya sabrán de qué les hablo.
A título personal, agradezco a don Arturo que escriba todavía éste o sólo con tilde, cuando toca. Que mis escrupulosos correctores (cumpliendo órdenes) borren la tilde de mis demostrativos y de mis adverbios me duele en el alma, y contemplar las tildes ajenas en lo alto de una letra es emoción semejante a la de ver la bandera todavía alzada en medio del cuadro de la Vieja Guardia, ésa que se muere, pero no se rinde. Yo ya me entiendo.
Tengo el libro aquí encima y empezaré a leerlo enseguida, es un autor que me gusta.
ResponderEliminarSalud