A ver qué quemamos hoy


Hace nada, los supremacistas blancos se manifestaron en la Universidad de Virginia, en Richmond, Virginia, EE.UU., ante el monumento a Jefferson Davis, que había sido presidente de los Estados Confederados del Sur. Las autoridades pretendían retirar el monumento de la vía pública porque Davis había defendido la ruptura de la Unión y la esclavitud. Muchos desfilaron aquella noche con antorchas y esa visión provocó una tormenta emocional entre los defensores de los derechos civiles. Que Trump simpatizara abiertamente con los manifestantes no hizo más que empeorarlo todo. 


Todo porque los desfiles con antorchas, en los EE.UU., se asocian inmediatamente y sin discusión al supremacismo blanco, la extrema derecha más rancia y el fanatismo religioso, todo junto, y se asocian instintiva e históricamente con el linchamiento de un negro, la quema de libros o la simple intimidación que provoca una manifestación de fuerza de quien no siente respeto por sus vecinos.

Sucede igualmente en Europa. La historia del siglo XX sitúa los desfiles con antorchas en el catálogo de gestos que una sociedad democrática, abierta y tolerante debería evitar. Por ética y estética. Cuando, hace nada, los neonazis alemanes se manifestaron, lo hicieron con antorchas y la imagen provocó más alarmas que todas las declaraciones de los líderes republicanos (de extrema derecha) juntos. 

Se manifiestan de forma semejante los seguidores del proto/pre/para/pseudo (a elegir) fascismo europeo, o del fascismo a secas, que han llegado al poder o pretenden llegar a él en Hungría, Polonia, Ucrania, Suecia, Francia, Austria o Italia. Preguntad a un ciudadano europeo qué piensa de quien desfila con antorchas, o preguntadle quién es, y apuntad su respuesta.

Ayer me crucé con un grupo de manifestantes que paseaban con las teas encendidas y en alto y esgrimían banderas negras y otras de partidos neerlandeses e italianos situados en la derecha más extrema. Se me fue el alma a los pies.

Me da igual quién sea o qué defienda. Desfilar con antorchas, hoy, aquí, es una salvajada, un acto intimidatorio, por ofensivo, un insulto a la libertad y el respeto que nos merecemos. ¡Mira que no hay maneras de manifestarse y van y eligen desfilar con antorchas! 

Los imaginé quemando libros. Los vi capaces de ello.

1 comentario:

  1. No muy bién quien demonios asesora a Torra y su tribu.

    Los desfiles con antorchas en Berlín de los nazis todavía están muy vivos en la memoria de todos.

    Es imposible ser mas torpes.

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