En 1965, Montserrat Caballé cantó en el Carnegie Hall de Nueva York sustituyendo a la soprano protagonista, que había caído enferma. Cantó la ópera Lucrezia Borgia (en versión concierto) y tuvo un éxito apabullante. Veinte minutos de aplausos y un títular en la prensa neoyorquina que decía (literalmente) Callas + Tebaldi = Caballé. No fue éste su estreno en la ópera, porque ya había subido a un escenario años antes, pero sí fue su consagración como una de las más grandes sopranos entonces en activo. Hoy decimos, sin ambages ni complejos, que ha sido una de las más grandes sopranos del siglo XX.
De familia humilde, pudo ingresar en el Conservatorio del Liceo gracias al mecenazgo de una familia burguesa catalana, y de ahí a la gloria operística. Eso sí, propulsada por una tenacidad a prueba de bombas y mucho, mucho trabajo. Ochenta papeles protagonistas y óperas de toda clase y condición; medallas, premios, homenajes y distinciones por docenas; un éxito arrollador en el bel canto; fama... y problemas con Hacienda. Fue una verdadera diva.
Nos ha dejado y queda atrás su humor, su trabajo y su magnífica voz. Venga un ejemplo de su voz, que no sé si es el mejor o el más adecuado, porque, aunque aficionado, no llego a ser un gran connaisseur. Gracias por cantar, por cantar tan, tan bien, y buen viaje.
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