Los primeros éxitos de Caravaggio se dieron con obras de formato medio en los que abundaban detalles que eran pequeños bodegones, adornos florales o cosas por el estilo. Su estilo era alegre y cuidadoso; aunque sus figuras podían no ser anatómicamente perfectas, el conjunto era muy satisfactorio. Igualmente, la aparente simplicidad del lienzo oculta un mensaje mucho más profundo que los coleccionistas de la Roma de aquel entonces (los clientes de Caravaggio) apreciaban mucho.
Una obra típica de ese estilo y ese período es El tañedor de laúd, que se expone normalmente en el Ermitage, en San Petersburgo, recién restaurado en 2014. Compárese con otras piezas.
Obsérvese el florero a la izquierda, muy apreciado en su época.
Algún autor ha llegado a insinuar que no lo pintó Caravaggio.
Éste es uno de los primeros violines modernos que aparecen en una pintura.
Además, ha podido identificarse la partitura. Son cuatro madrigales de Jacques Arcadelt, un compositor flamenco de moda en los círculos más selectos de la época.
Considero muy probable que Caravaggio supiera música, pues entre sus posesiones se contaban una guitarra y un violín (¿éste?).
El modelo fue, seguramente, Pedro Montoya, un castrato español que luego cantó en los Coros del Vaticano, que vivía entonces en el Palacio Madama, en la corte del cardenal del Monte.
Una Santa Cecilia (patrona de la música) de Artemisia Gentilleschi, que es también un autorretrato.
Artemisia, en su niñez, conoció muy de cerca a Caravaggio. Su padre, Orazio, también pintor, era íntimo de Caravaggio.
Un detalle de un maravilloso bodegón de Cavarozzi.
Lástima no poder compararlo en persona con el de Caravaggio en Milán.
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