El alto el fuego en el frente occidental se acordó para el 11 de noviembre de 1918, a las 1100 h. Entonces acabó la Gran Guerra, la Primera Guerra Mundial, porque vendría otra, más gorda si cabe, pocos años después. Tampoco es que fuese la primera guerra mundial; ese título podría haberlo ostentado, por ejemplo, la Guerra de los Siete Años; y si hablamos de guerras europeas, unas cuantas más y bien serias.
Pero la Gran Guerra fue un trauma. Echó abajo un edificio de convencimientos y se llevó por delante a millones de hombres en una guerra larga, sucia e inútil. Alguien dijo que fue la primera guerra de la era industrial, aunque se libró con tácticas napoleónicas. Quien dijo eso no estaba muy al tanto de la historia militar, pero sí que es cierto que la técnica puso en evidencia que la táctica y la instrucción de los ejércitos contemporáneos no estaba preparada para el volumen de fuego y destrucción del que eran capaces los enemigos.
Francia sufrió la Gran Guerra con especial intensidad. Las trincheras se excavaron casi todas en Francia y más de un millón bien largo de franceses perdieron la vida en ellas, en cuatro años de miseria y frustración, inútiles. En todas partes encuentra uno recuerdos al soldado desconocido, a aquéllos que murieron por Francia en la Gran Guerra, en las iglesias, en las calles, en los edificios públicos, señal inequívoca del pasmo, el horror, el sacrificio y la conmoción que causó entre los franceses. De hecho, la Segunda Guerra Mundial se vive como una consecuencia inevitable de la Gran Guerra (así fue, al menos en parte), como un nuevo trauma que sumar al primero, como una parte de un todo que lleva el nombre de Verdún, el Marne o el Somme.
Coincidió mi estancia en París con los preparativos de la celebración del centenario del final de la Gran Guerra. En el patio de armas de los Inválidos pude ver un ensayo general de una de las ceremonias. Una compañía del 1.er Regimiento de Spahis, de gala, formó en el patio, después de un pequeño desfile. Entonces entró la banda de la Guardia Republicana, también con el uniforme de gala. En éstas, asomaron varios generales con más medallas que un San Cristóbal bendito escoltando la tricolor. La banda comenzó a tocar la Marsellesa...
(Sepan vds. que la Marsellesa es el único himno capaz de emocionarme, si me pilla en buen momento, y ése lo era).
Si eso dura un poco más, saco el sable y asalto la Bastilla ahí mismo.
Un soldado en uniforme de faena (izq.) y un spahi de gala (dcha.).
Formando la compañía de honores del 1er. Regimiento de Spahis y la banda de la Guardia Republicana, ambos en uniforme de gala, poco antes del grito de ¡Atención! y la interpretación de la Marsellesa.
Un clarinetista de la Guardia Republicana.
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