Preparados... Listos... ¡Ya!
Si mal no recuerdo, la Gioconda está en una sala por aquí cerca, ¿no?
Abren las puertas del museo y una muchedumbre corre y se adentra en el Louvre preguntando: ¿Dónde está la Gioconda? ¿Dónde está la Gioconda? Corren de aquí para allá como gallinas descabezadas, con una prisa terrible, por verla antes que nadie.
Ahí la tienen, bien protegida y algo lejos.
El camino hasta la Mona Lissa, la Gioconda o como quieran llamarla está perfectamente señalizado desde cualquier lugar del Museo, con una reproducción del cuadro y una flecha que indica para aquí o para allá, pero eso no impide encontrarte, en cualquier parte y a cualquier hora, a alguien con prisas preguntando: ¿Dónde está la Gioconda? ¿Dónde está la Gioconda?
Foto, foto, foto, foto...
Es un tópico afirmar que uno la imaginaba más grande o más bonita y que se llevó una decepción al echarle la vista encima. No ha sido mi caso. La encontré preciosa, con esa sonrisita guasona y ese posar tranquilo, mientras el público, numeroso, intentaba sacarle una fotografía.
Me parece que mejor me compro la postal.
Claro que intenté fotografiarla, quién no. Pero lamento que la calidad de mi obra no haga justicia a la obra de Leonardo.
Y mientras tanto, a muy poca distancia, una Virgen de las Rocas o un San Juan Bautista de la misma mano de Leonardo da Vinci contemplan la gioconditis con no poca sorna y escepticismo. ¡Vaya con Lisa! ¿Qué tendrá para llamar tanto la atención?
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