El Museo de los Inválidos (II)


La efigie de Napoleón, en su uniforme de campaña, se cierne sobre el patio de armas de los Inválidos. Unas balas de cañón a sus pies nos recuerdan que era artillero.

Ni que decir tiene que las épocas de la Revolución Francesa, el Directorio, el Consulado, el Primer Imperio, la Restauración y los Cien Días (es decir, la época de Napoleón y compañía) son marca de la casa de las diversas salas del Museo de los Inválidos. También, del propio complejo de edificios e instituciones del Hôtel des Invalides, en las que el paso de Napoleón dejó una profunda huella. Y ahí está, presidiendo el patio de armas.



Tres de los catorce soldados a caballo de la Sala Vauban.
Arriba, un cazador a caballo de la Guardia Imperial, el regimiento de élite de la caballería ligera y escolta oficial del Emperador.
En medio, un coracero. Los coraceros eran la tropa de choque por excelencia, el no da más de la caballería pesada.
Abajo, un dragón. Los dragones formaban el núcleo de la caballaría napoleónica.

La exhibición de uniformes, armas y compañía de los siglos XVII, XVIII y del período napoleónico es simplemente excepcional. En la Sala Vauban uno tropieza con los uniformes y los arreos de soldados de caballería y tropieza con un coracero, un dragón y un cazador a caballo de la Guardia Imperial en compañía de otros ejemplos de soldados de caballería que nos llevan hasta los tiempos de Napoleón III. Ahora que me intereso (por razones que no alumbraré aquí) por la caballería de la Guardia Imperial, tropezarme con un marechal des logis de sus cazadores a caballo me alegró mucho la visita. ¡Y más alegrías me llevé más adelante!

Sables de caballería pesada.

Pistola de caballería, modelo del Año XIII (1805).

Estragos de una bala de cañón británica.
Restos de la batalla de Waterloo.

A lo largo de numerosas salas, pude ver efectos personales de personajes de leyenda, uniformes originales de húsares, granaderos, fusileros, mamelucos, dragones, coraceros..., armas de toda clase y condición en un estado impecable, además de algunas obras de arte que ilustraban el asunto. La exposición es muy didáctica y está muy bien diseñada (aunque es demasiado oscura para hacer buenas fotografías sin un trípode, lo siento) y una persona que no conozca la historia de este período, la aprende casi sin querer. Aunque sea un museo que no recibe tantas visitas como otros, les aseguro que merece la visita. (Aunque quizá no sea muy neutral en esta apreciación, pues me pasé horas, muchas horas, disfrutando ahí dentro, como un enano).

Un sable digno de un mariscal.

Sables de húsares, modelo 1777 (de empuñadura de estribo, a la húngara).

Pelliza de un oficial de húsares.

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