La iglesia de la Madeleina (María Magdalena) es un templo en cierto modo singular. Comenzó a levantarse en los últimos tiempos de la monarquía, convivió a medias con la Revolución Francesa y tuvo que ser Napoleón quien pusiera orden en todo este asunto. Mandó derribar lo construido y levantar una iglesia en honor a la Grande Armée (el Gran Ejército, i.e., el de Napoleón). En 1842, superado (eso creían) el bonapartismo, decidieron consagrar el templo a la Magdalena.
El resultado es en verdad espectacular, porque uno se enfrenta a un templo romano gigantesco. Al final de la avenida que lleva hasta la Madeleine se encuentra la Asamblea Nacional, que también tiene todo el aspecto de un templo romano, y así tenemos dos fachadas clásicas y enormes enfrentadas una con la otra. Muy de París, si me permiten decirlo así.
El exterior es deslumbrante (incluso bajo restauración, como lo encontré) y el interior amplio y diáfano (propenso a la espectacularidad). Pero está decorado con esculturas de un estilo kitsch muy típico del catolicismo francés de finales del siglo XIX, que se inclina en demasía hacia lo cursi, cuando no cae en la horterada. Ésta es una apreciación personal, que conste, con la que pueden o no estar de acuerdo.
En una de las puertas laterales del templo, repartían la cena para los desamparados. En medio de la magnificencia y la pompa que nació de una desmedida soberbia, la realidad se habría camino para obtener un poco de sopa.
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