El Museo de los Inválidos (III)


Como habrán observado, la caballería fue protagonista de mi interés, pero no exclusivamente. Lo que ocurre es que algunas de las fotografías que hice a la infantería no me salieron tan bien. Qué pena. 

Lo digo porque tropecé en las salas de los Inválidos con dos héroes que pertenecen a la leyenda napoleónica. Uno de ellos, Larrey, el cirujano del Emperador, un tipo que merece que hablemos larga y estupendamente de él, pero no ahora. Si en el Louvre pude ver su retrato, en los Inválidos su uniforme y algunos útiles personales. En su testamento, Napoleón le legó 100.000 francos: Es el hombre más virtuoso que he conocido. Ha dejado en mi espíritu la idea de un verdadero hombre de bien, dijo, en ese documento. (Por cierto, Larrey trabajó como cirujano en los Inválidos antes de conocer a Napoleón y también está enterrado en su panteón).

El otro héroe es el general Lasalle. Es un caso completamente diferente, un húsar sobreactuado, un tipo peligroso, bebedor, mujeriego (hasta que le birló la esposa al mariscal y ministro de la Guerra, Berthier, momento a partir del cuál fue un amantísimo enamorado), espadachín... Su heroísmo rayaba la locura. Pero ¡atención! Fue sin duda uno de los más brillantes y perspicaces comandantes de la caballería napoleónica. Y eso es mucho decir. Un día le dedicaré unas líneas más.

Pues, atención, en los Inválidos se conservan sus restos en el panteón y en las salas del museo su sable a la mameluca (forjado por Fatou, uno de los mejores espaderos de Europa en aquel entonces) y la pipa que le regaló su mujer, con la que dirigía a sus húsares en el campo de batalla.

A ustedes les parecerá estúpido y seguramente lo será, pero me sentí felicísimo por poder ver tales reliquias.


El sable y la pipa del general Lasalle.

El más famoso retrato del general Lasalle, pintado por Gros.
Emula sus hazañas al frente de la Brigada Infernal.

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