El Museo de los Inválidos (y VIII)


Un curioso aparato para transmitir órdenes empleado en la línea Maginot.

La Gran Guerra fue un trauma para los franceses, aunque salieron victoriosos. La Segunda Guerra Mundial fue también traumática, y además tuvieron que apechugar con una derrota en toda regla, aunque un grupo de militares rebeldes (con De Gaulle a la cabeza) se negó a rendirse. La leyenda de la Resistencia surge como una necesidad, y la vergüenza de la Colaboración (protagonizada por el régimen de Vichy) se convierte en insoportable. 

Una máquina Enigma, que cifraba los mensajes del ejército alemán.

Eso explica gran parte de las salas que explican la Segunda Guerra Mundial en los Inválidos. En mi opinión son las más flojas, aunque hay piezas interesantísimas expuestas y, una vez más, la exposición y la didáctica de lo expuesto es soberbia. Floja es un adjetivo injusto considerando que las demás salas del museo son simple y llanamente magníficas y que éstas están muy por encima de la media.

Salacot de un soldado del general Lécrec en el Sáhara.
Podría haber sido de un republicano español.

El llamamiento del general De Gaulle para no rendirse.

Unas antiparras del general Patton, que también tiene una plaza en París.
(Las tropas francesas que liberaron París estaban bajo sus órdenes).

Manuales de sabotaje de la Resistencia, ocultos en libritos intranscendentes.

Una autopatineta británica, de las tropas paracaidistas, en su contenedor.

Parte del botín que la 2.ª División Blindada del general Lécrec (donde combatió La Nueve, la famosa compañía donde sirvieron tantos republicanos españoles) obtuvo en la Guarida del Lobo.

La torreta ventral de un bombardero aliado.

Comento aquí muy por encima la llamada polémica Petain. El mariscal Petain consiguió evitar la derrota de Francia en la Gran Guerra y mereció por ello el calificativo de héroe nacional. Sin embargo, en la Segunda Guerra Mundial se vendió al enemigo y colaboró con los nazis, dejándose llevar por su aversión al comunismo y la creencia de la inutilidad de la democracia. Sus actos durante la Gran Guerra le salvaron la vida, pero su nombre quedó como signo de la ignominia para siempre (al menos en Francia). 

Pues resulta que en los actos de conmemoración del centenario del final de la Gran Guerra el presidente Macron tuvo la ocurrencia de mentar a Petain. La polémica que siguió fue de órdago y era cosa de ver como se gritaban personas aparentemente respetables en los debates de la televisión francesa. En los Inválidos, por si alguien le interesa, la polémica se zanjó exponiendo, en las salas de la Gran Guerra, los méritos de Petain y apenas a unos pasos de distancia, ya en las salas de la Segunda Guerra Mundial, la vergüenza del colaboracionismo. Los hechos, los artefactos, la simple exposición de lo sucedido.

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