No quiero entrar en el trapo del famoso juicio de marras. Me aburre soberanamente el tema, me aburre soberanamente quien insiste en hablar del tema y no entiendo de matices jurídicos.
Sólo sé que los acusados presumían en público y en televisión de pasarse la legislación por el forro y que aprobaron, saltándose todas las normas y violando todos los derechos políticos de la oposición, una Ley de Transición Jurídica que prometía, por ejemplo, someter el poder judicial a la voluntad del presidente de su gobierno, cambiar las leyes fundamentales de la república sin necesidad de mayorías cualificadas o ejercer la censura de los medios de comunicación a discreción. No es poco, esto.
Admitiré que lo que tenemos ahora precisa reformas, mejoras, incluso un recambio para construir algo nuevo, pero la propuesta secesionista era un retroceso, se mire como se mire, objetivamente. También es responsabilidad de ellos, sus seguidores y secuaces haber convertido Cataluña en un lugar más incómodo, hostil incluso, para quien no comulga con su parecer. Eso no es bueno, punto, y ante el panorama que han dejado sobre la mesa tengo la íntima convicción de que algún delito cometieron todos, y no menor. Pero, claro, puedo equivocarme y seguramente me equivocaré.
Al grano. Al parecer, de las declaraciones públicas de estos personajes se deduce que lo que pasó el último cuatrimestre de 2017 tiene tres explicaciones posibles. ¿Cuál de ellas será la verdadera?
La primera: Creían, querían, buscaban y conjuraban para conseguir la independencia de Cataluña, pero fueron tan inútiles, tanto, en todo, que, cuando llegó el momento, se dieron cuenta de que no tenían nada preparado, que habían disparado con pólvora mojada, y cundió el pánico. Unos escaparon, pies para qué os quiero, y otros se quedaron, completamente desconcertados por el fracaso.
La segunda: El reino del cinismo. No se buscaba la independencia de Cataluña, qué va, pero se engañó a conciencia al público para tener un instrumento de presión política. El público, por otra parte, aplaudía encantado al oír lo que quería oír, ojo, y se sometía (y sigue sometiéndose). Se pretendía asegurar a una nueva generación de dirigentes catalanes que permaneciera, como la anterior, cuarenta años más en el poder, de manera indiscutible. Calcularon mal. Hubo una lucha de poder, porque unos querían su parte del pastel y otros no querían perderla. Entre ellos se vieron impelidos a exagerar los gestos, se les fue la mano, cundió el pánico y unos huyeron y los otros contemplaron el estropicio sin moverse del sitio.
La tercera: Una mezcla de ambas, dirigida por cínicos y fanáticos, y fanáticos cínicos y cínicos fanáticos, en las que tanto daba conseguir una cosa como la otra, a cualquier precio, esperando a que cayera una de las dos, porque cualquiera de las dos cosas iba a sostener a esa minoría en el poder y no era otra cosa la pretendida. Y como no sucedió, como se torció la cosa, cundió el pánico, etcétera.
Creo que no hay más opciones. O sí, puede que haya alguna más, pero eso lo dejo a discreción del lector. Qué pereza... Nos queda, eso sí, el fracaso de un proyecto, el fracaso de una sociedad entera, de un país, que se manifiesta en forma de ira, la frustración, segregación identitaria o una evidente merma de la convivencia. Se les confió un país y mira cómo nos lo han dejado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario