Trabajo en una fundación tutelar para poder trabajar con los libros, leyendo o escribiendo. Trabajo para poder trabajar, suelo decir, pero al menos ese trabajo necesario sirve para ayudar a la gente. Quien no se consuela es porque no quiere.
La fundación ejerce la tutela judicial de ancianos, en su mayoría afectados por demencia senil. Ayer pasé parte de la mañana solicitando certificados de defunción. De media, se nos ha muerto una persona tutelada cada dos días desde que comenzó el confinamiento. He tenido que hablar con los parientes o allegados de algunas de estas personas, darles la mala noticia, organiza su entierro o su incineración... También he tenido que hablar con los encargados de las residencias, abandonados tantos días a su suerte, y con médicos que me daban buenas o malas noticias sobrepasados de trabajo por todas partes. No se ha detenido el goteo: prosigue el recuento.
Por eso, ciertas actitudes en nuestros líderes políticos y el recreo de gran parte de la prensa son capaces de provocarme no ya un enfado, sino un profundo hastío. No nos merecemos esto.
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