Me paran por la calle, me saludan, me preguntan qué tal y yo, bien, bien. Hablamos de esto y lo otro hasta que, de repente, se dan cuenta y fruncen el ceño. Seriamente, me preguntan si todavía tengo vacaciones, y respondo que sí. Tengo que excusarme, pero ya es tarde. Se retiran en seguida, ofendidos, resentidos, preguntándose por qué ése, precisamente ése, tiene todavía vacaciones y ellos, precisamente ellos, ya no.
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