El yermo solar sigue donde lo dejé, sin vagabundo, pero más vivo que nunca. Entre los hierbajos y los hierros oxidados corren palomas sucísimas, picotean gorriones saltarines y asoman urracas curiosas. Allá se descubre un estornino desorientado, en alguna parte canta un avezado mirlo. Las crueles gaviotas sobrevuelan lentamente el descampado, siempre atentas a la carroña. Quién es quién, quién paloma, quién gorrión, quién urraca, no lo sé yo, aunque conozco algunas gaviotas por verlas pasar. Hubo quien nos dijo que miráramos a los pájaros del cielo, que de ellos se aprende mucho.
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