Desde el punto de vista de un socialista de la primera mitad del siglo XIX, la clara victoria de Napoleón III, que se impone con el voto de los franceses más pobres, es incomprensible. La reacción ¡afianzándose con el voto del pueblo! La burguesía triunfa porque el proletariado ¡cede! Pero ¡esto es la historia al revés! La lucha de clases ¿no acababa de otra manera?
Las barricadas de la revolución de 1848 en París.
Marx se atraganta y pilla un berrinche de padre y señor mío. Lo que comenzó como el curso inevitable de la historia se había convertido en una farsa. Toda su teoría se va al carajo (perdón) sin más que leer los periódicos. Parece que lo que debería de ser no es y el historicismo marxista, en verdad, no funciona.
¡Que te crees tú eso!, exclamó Marx, y publicó entonces Las Revoluciones de 1848.
¡Qué gran obra! Echa toda la bilis que lleva dentro. Si creen que el marxismo no puede ser sarcástico, no conocen a Marx echándole los perros a Napoleón III. La historia se repite, dice. La primera vez es genial y la segunda, ridícula, añade. Cualquiera con ojos en la cara sabrá ver que tío (Napoleón) y sobrino (Napoleón III) no se parecen en nada, pero Marx pone el dedo en la llaga al calificar el bonapartismo de Napoleón III de vodevil y a su protagonista, de payaso.
Marx hizo grandes progresos demostrando que el marxismo podía explicar por qué el marxismo no podía explicar por qué el marxismo había fallado al evaluar la revolución de 1848 que no resultó ser lo que habían creído que iba a ser, o algo parecido.
Es una obra densa porque Marx escribe densamente. La culpa la tiene el origen hegeliano del marxismo, que se deja notar en su verbo. ¡Cuánto daño ha hecho Hegel a la claridad de las ideas...! Pero Marx también es un escritor lúcido y magnífico. Examina los hechos con frialdad y los analiza con sumo cuidado. Cabe decir que es también un gran periodista.
Echa pestes del lumpen, por primera vez, extensivamente (mal) tratado por escrito. Acusa a estos proletarios desclasados y miserables de echarlo todo a perder. De esta reflexión, la necesidad del adoctrinamiento de la clase obrera y la importancia de la formación del proletario, hasta ese momento descuidados. Aquí nacen la política moderna y la propaganda política que conocemos hoy.
Marx se las ingenia para defender las tesis de la inevitabilidad histórica. Sencillamente, se lamentará, todavía no había llegado la hora. Después de analizar causas y efectos con la precisión de un entomólogo, concluye que todo fue un engaño de la burguesía, porque esa revolución nunca llegó a ser proletaria. Pero la próxima... ¡Ah, la próxima...!
De ahí que los críticos del marxismo digan que el marxismo no puede ser científico (aunque pretenda serlo), porque, pase lo que pase, siempre da con una explicación que justifique lo sucedido a la luz del materialismo histórico (a posteriori, naturalmente). Pero después de 1848 vino 1917 y los marxistas ya tienen leña para alimentar el debate.
Queda, pues, una gran obra de la política, de ésas que, sea uno marxista o no lo sea, debería de leer si se interesa por las Ciencias Políticas.
Ahora bien, cuánto gana esta obra (¡cuánto ganamos nosotros!) si también leemos Historia de un crimen, de Victor Hugo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario