Codornices por un tubo


La caza despierta pasiones. Lo comprendo. Nada es tan emocionante como liarse a tiros contra todo lo que se mueve, bien lo saben los cazadores. Pero nada es tan feo como acribillar a balazos a una pobre criatura indefensa y nada más que por capricho. La ética y la estética frente a frente con la emoción y el instinto. 

La caza es instintiva. El hombre ha cazado la mayor parte de su historia. Sólo hace diez mil años, a más estirar, a mucho estirar, que cultivamos la tierra o cuidamos del ganado. Antes de eso, si queríamos comer teníamos que liarnos la manta a la espalda y echarnos al monte. Con una particularidad, que íbamos de caza pero ¡válgame Dios!, también podíamos ser cazados, que los osos de las cavernas, los tigres dientes de sable y quién sabe quién más también tenían hambre y ganas de comer.

Aquí Rambo, liándose a tiros.

Por eso, la imagen de un cazador que más bien parece un marine de la última generación, completamente equipado de la cabeza a los pies y superarmado con una escopeta del doce para liarse a tiros contra una pobre codorniz de granja que han dejado suelta a sus pies no es que sea moralmente aberrante, sino que es algo peor: es ridícula.

Pero lo de cazar codornices al tubo es todo eso y más. Es aberrante. Es una gilipollez extremadamente repulsiva, una idiotez suprema, el colmo de la estulticia, que llega a ese punto en que lo cruel, por ser tan absurdamente cruel, pertenece al género de lo espantosamente estúpido.

No sabía que se cazaban codornices al tubo ni qué era eso hasta hace dos días, literalmente. Sé que existía el cañón de pollos, pero no es lo mismo. El cañón de pollos es una máquina que lanza pollos a más de quinientos kilómetros por hora contra un motor de avión, para ver si éste puede resistir un impacto contra un pájaro en vuelo. Es un instrumento útil para salvar vidas de personas y sin él no sé qué hubiéramos hecho. Además, en contra de lo que dicen las leyendas, los pollos se meten en el cañón ya muertos, recién llegados del supermercado.

Pero el tubo de codornices es otra cosa. Una aberración.

La codorniz, que todavía no sabe la que le espera.

Dicen que es una modalidad de tiro deportivo. ¡La madre...! Hay que ser burro para ver deporte en meter una codorniz viva en un tubo conectado a una máquina de aire comprimido. La codorniz, súbitamente embutida en un tubo tal, es impulsada más súbitamente todavía y vuela lo que no había volado en su vida, bien alto y a gran velocidad. Vuela... Es un decir. Va tan rápida que no sabe ni cómo abrir las alas. Si no se muere del susto, morirá por la atención que recibirá de los tiradores apostados, que vaciarán sus escopetas de perdigones contra ella hasta dejarla bien servida. Lo que queda de la codorniz no sirve ni para un piscolabis. Ésa es la caza al tubo.

Un campeonato de codorniz al tubo en Valencia.

Sería deporte, digo yo, si fueran los cazadores los arrojados al aire a gran velocidad y una vez en la parábola de su trayectoria intentaran acertar a un blanco y no romperse la crisma en el aterrizaje. Pero, no, quien pasa por el tubo es la codorniz, que bastante jodida tenía ya la vida antes de eso.

Aunque la codorniz al tubo se estila en toda España, saltó la liebre en Madrid, donde se practica el Campeonato Autonómico de Codornices al Tubo, y no es moco de pavo que el Consejo Superior de Deportes la considere especialidad deportiva. ¡Manda cojones!

El tiro al plato es más divertido, más barato y es lo mismo, a fin de cuentas. Además, es deporte olímpico. Pero lo de la codorniz al tubo no es olímpico, es frenopático.

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