Es muy triste. Pero era previsible.
El procesismo es la manifestación política del nacionalismo catalán y es, de pe a pa, sin lugar a ninguna duda, un movimiento de extrema derecha basado en el odio y el miedo. Autoritario de vocación, se inclina hacia la violencia a marchas forzadas. Hace ya tiempo que practica la discriminación, el insulto, el menosprecio, etcétera, para qué seguir.
Sus lemas dan grima, por los recuerdos que nos traen de otras épocas. El pueblo, el espíritu del pueblo, la voluntad del pueblo, somos un solo pueblo..., dicen. Cosmopolita es un insulto, un palabro despreciativo. Siguen otros, y algunas advertencias: las calles son nuestras, ni olvido ni perdón, traidores, vendidos, fascistas, colonos, enemigos de la patria y otras lindezas por el estilo. Un odio vertebrado y silencioso alrededor de una ideología que no admite la disidencia ni respeta la diferencia. Es lo que hay.
Hoy he pasado por la plaza de Sant Jaume. Ayer se manifestaron alrededor de mil imbéciles morales, que acabaron arrojando objetos y pintura a la recién elegida alcaldesa de Barcelona mientras gritaban ¡Puta! ¡Puta! Porque no soportan la idea de no poder ejercer la tiranía de la mayoría. Quedaban algunos restos de la batalla: unos manchurrones de pintura amarilla, algunas pegatinas sobre los adoquines.
Hace ya algunos años, Jordí Pujol arrojó a la chusma contra los parlamentarios socialistas una vez le acusaron (con sobradas razones) del turbio asunto de Banca Catalana. A partir de ahora, de moral hablaremos nosotros, dijo a la soliviantada muchedumbre, mientras el socialismo catalán comenzó a titubear frente al nacionalismo pujolista y su exhibición de fuerza y violencia. Corrían los años ochenta y también corrían las comisiones del 3 %. Sólo espero que espectáculos como el de ayer, tan tristes y lamentables, sirvan para que muchos a la izquierda caigan del guindo y sepan a qué se enfrentan. Ojalá despierten. Ojalá.
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