A mí que no me vengan con cuentos. Las chirimías están muy bien cuando están en silencio, pero a las pólvoras hay que dejarlas hablar. No todo el mundo comparte mi opinión, y si la expongo delante de algunos indígenas puedo salir malparado, pero, honestamente, tengo que decirlo, la chirimía hace un ruido del demonio. Prueba de ello es que las orquestas sinfónicas y los grupos de música popular no la incluyen en su repertorio, y eso que han incluído cosas tan horribles como, por ejemplo, el saxofón o la acordeón.
Pero ¿de qué estábamos hablando? Ah, sí, de las pólvoras.
No hay Fiesta Mayor sin pólvoras. Las queman unos bailes y las queman la noche del 23 de agosto en un espectáculo pirotécnico de gran calibre, con unos fenomenales fuegos de artificio.
La relación del pueblo con los bailes de pólvoras es muy singular. En especial, entre los adolescentes. Porque bailar bajo las chispas de las carretillas de los diablos o correr delante de las bestias se convierte en eso que los antropólogos llaman un rito de afirmación, de iniciación o de tránsito, depende de cada caso. En algo singular e importante para los chavales, vamos a decirlo que se entienda.
Por ello, las diversas pandillas de amigotes se visten todas con algo parecido a un uniforme (todos con la misma camiseta, con un mismo dibujo, etc.), un gorro de paja, unas gafas de sol de baratillo y un pañuelo (aunque estos dos últimos elementos no son del todo obligatorios). Así que viene un baile de pólvoras, se arriman al fuego para ver quién se atreve más, quién se lleva más quemaduras a casa, para presumir delante de la novia de valiente y osado.
Es, como se ve, un clásico del estudio antropológico, un suceso relacionado íntimamente con el sexo y la violencia, atávico, elemental y parece que muy divertido.
Final de fiesta, la noche del día 24.
Esperando la última tanda de petardos y carretillas.
También tengo que anotar otra observación. Una generación atrás, no se paseaban las pandillas con uniforme. Sí que se cumplía el rito de ver quién se arrimaba más a las pólvoras, pero hace veinte o treinta años, no más, ese vestir todos con la misma camiseta no era lo habitual. Comenzó justo entonces y año tras año la idea de ir todos los amigotes con la misma camiseta cuajó.
Foc a la bèstia!
También, por aquel entonces, el público pidió a los bailes de gigantes y a los diablos un poco más de fiesta la noche del día 24, una vez devuelto Bartolo a la iglesia, antes de regresar a casa. Ese bis es, ahora mismo, obligado.
Y si ahora preguntas, todos los indígenas responderían el típico Esto siempre ha sido así, que tan bien conocen los antropólogos de campo.
Algo se convierte en tradición mucho antes de que nos demos cuenta.
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