Defiende la noche

En Roma, entras en un café, pides un café, bebes, hueles, saboreas y disfrutas un café, no el humo de los cigarrillos del vecino. Uno no se da cuenta de semejante maravilla hasta que vuelve a casa. Recién llegado de Italia, uno entra en un bar y tiene que tragar humos y aguachirles. El torrefacto de baratillo es la norma en muchos bares (cada vez menos, gracias a Dios), y el humo del tabaco es la maldición de la que no se libra nadie. El contraste irrita y deprime.

Pero el ministerio quiere prohibir fumar en los locales públicos, cosa que me parece muy bien. ¿Cómo no lo hizo antes? Los fumadores (perdón, algunos fumadores) levantan las voces y protestan. Es un atentado contra la libertad, dicen, una persecución en toda regla, porque uno puede matarse como le venga en gana. De acuerdo. Mátate, pues, pero no me dés la murga mientras tanto, y mátate tú solito, no me mates a mí también. Aire, pues, y nunca mejor dicho.

Aunque sea difícil argumentar razonablemente el derecho de un suicida a llevarse también por delante al prójimo que tiene más cerca, los fumadores cuentan con aliados poderosos. Las asociaciones de empresarios del ocio nocturno, por ejemplo, han iniciado una campaña con el lema Defiende la noche. Argumentan que no dejar fumar en los locales de ocio (bares, discotecas y sitios de ésos donde las señoritas fuman) provocará el cierre de centenares de negocios y llenará las calles de ruidos y botellones. Pues ahora andan las calles llenas de ruidos y botellones y los locales, de humo. Algo no funciona, ¿verdad?

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