Despiece

Nuestra cultura siente una macabra atracción por venerar trocitos de personas.

Hace años, en Florencia, tuve un vahído mientras me enfrentaba a una colección de relicarios que parecía no acabarse nunca. No me acuerdo si fue en San Lorenzo o en el Museo de la Opera del Duomo, tanto da. Conté tres o cuatro dedos índice de San Juan Bautista (milagro), un brazo de la Virgen María, varias orejas de santos y profetas, la nariz de San Nosequién, la vulva (sí, la vulva) de Santa Nosecuántos, virgen, el pene y los testículos de San Pito (ahí pillé el vahído), el diente premolar de San Mordisco, dientes como para alegrar la vida a un dentista de santos y santas diversos, huesos, pellejos, tripas, extremidades, cabellos, ojos, pezones (de Santa Úrsula), y tan cantidad de trocitos resecos que Viktor Frankenstein seguro que se inspiró en ellos para engendrar su criatura.

Era un ejemplo de cómo está el patio, pero no piensen ustedes que lo macabro se queda en el mundo católico. Diría que es una cosa ancestral, que comparte todo el género humano. El relicario no es, de ninguna manera, una exclusiva católica (aunque sí que es un invento el Arcano Archivo de las Reliquias del Vaticano, un lugar curiosísimo). Prueba de ello, y de ello quería hablar, es la presentación en sociedad de unas reliquias de Galileo.

Ya saben quién era Galileo (1564-1642), uno de los padres de la ciencia, que alumbró el principio del péndulo, facilitó la teoría de la gravitación universal y determinó como ciertas las teorías heliocéntricas de Copérnico después de perfeccionar el telescopio. Tuvo que retractarse en público de sus teorías, presionado por la Iglesia. Fue cuando añadió Eppur' si muove (Sin embargo, se mueve), demostrando que era florentino (ya que los florentinos tiran del si impersonal así que uno se despista y tienen fama de tercos), y esa frase le ha convertido en mártir de la ciencia frente a la superstición religiosa.

Pero iba diciendo que se han presentado en sociedad unos relicarios (laicos) que contienen el índice y el pulgar de la mano derecha y un premolar de la arcada superior del sabio en el Museo Galileo (http://www.museogalileo.it/). El examen científico de estos pedacitos demuestra, en primer lugar, que sí, que son de Galileo, y en segundo lugar, que Galileo padecía bruxismo (le rechinaban los dientes).

En 1737, los restos de Galileo se trasladaron a la basílica de la Santa Croce (Florencia). La Iglesia no veía con buenos ojos esa veneración, pero la Ilustración, sí. Tan ilustrados eran que aprovecharon el traslado del cuerpo para hacerlo pedacitos. Por eso, el Museo Galileo conservaba otro dedo del sabio, y la Universidad de Pádua, una vértebra. Estos dos dedos y el premolar se habían dado por perdidos dos siglos ha, hasta que un coleccionista privado, en 2009...

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