Decía Tàpies que sus obras tenían que sentirse, aborrecía cualquier razonamiento intelectual relacionado con ellas, pero añadía, acto seguido, que él discrepaba de la tradición del arte, del cuadro-ventana de Leonardo, y se acogía a su idea de cuadro-objeto, prefería la materia a la imagen, lo que es, lo crean o no, un salto de una enjundia intelectual de aquí te espero. Fracasó a medias, porque sus cuadros fueron pasto de intelectuales, de ésos que se lo pasan en grande buscando tres pies al gato. Fíjense que su obra se ha clasificado como informalismo matérico, cuando él mismo, Tàpies, la definió como art brut (arte sucio).
Para la muestra, un botón, extraído al azar, que firma un crítico de arte y se refiere a su última exposición retrospectiva, en Barcelona. Agárrense, porque el texto original eran dos o tres páginas de lo mismo.
En esta selección de trabajos del ultimo Tàpies dominan las pinturas --con un especial énfasis en las materias abyectas, fruto de una cierta violencia gestual-- que se proyectan en fragmentos corporales desmembrados y ambiguos de supuestos hombres alienados, confundidos con signos esotéricos y caligrafías autorreferenciales muy cercanas a los conceptos de lo informe, lo bajo y lo sagrado reivindicados por Georges Bataille y su obsesión por la materia inerte, la decadencia, el cuerpo fragmentado y lo ritual. Y todo ello acompañado del uso de los barnices y su calidad fluida, transparente y asimétrica, símbolo también del paso del tiempo y de la presencia de la muerte.
Quién nos lo iba a decir... ¿Materias abyectas? ¿Violencia gestual? ¿Supuestos hombres alienados? ¿Caligrafía autorreferencial? ¿...? De verdad, me superan.
En fin, allá va, incomprensible o incomprendido, quién sabe.
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