El caso de la señora Lovell

Predicar con el ejemplo es un negocio arriesgado, especialmente cuando uno juega con la salud.

Seguro que habrán oído hablar de James Fuller Fixx, o Jim Fixx, que era como se le conocía. Jim fue uno de los predicadores de la dieta y el ejercicio como factores de longevidad, y se convirtió en una celebridad en los Estados Unidos cuando escribió The Complete Book of Running en 1977. A partir de ese libro, a la gente le cogió la pájara de ponerse a correr (alguno dice trotar) por las mañanas, que se llama, en raro, futin, yoguin o algo así.

Jim Fixx murió de manera casi fulminante por culpa de un infarto masivo el 20 de julio de 1984... mientras practicaba el sano ejercicio de correr por las mañanas. Porque hacer ejercicio es sano, pero es también un factor de riesgo de infarto. ¿Nadie se lo dijo al señor Fixx?

Uno de los pioneros de la propaganda sobre los alimentos orgánicos... Por cierto ¿alguien podría citarme un solo alimento que no sea orgánico?... A lo que iba, uno de los pioneros de la propaganda sobre los alimentos orgánicos y naturales y saludables y sanos y tal, ya ven por dónde voy, don Jerome Irving Rodale, murió mientras grababa un programa de televisión donde, en medio de la entrevista, juró que viviría hasta los cien años gracias a su régimen alimenticio, que era de sano que no veas y más. Acto seguido, se desplomó, muerto. Se quedó veintiséis años corto. El programa no se emitió, por razones que nunca han quedado del todo claras, pero que, se supone, tendrían que ver con el súbito desenlace de la entrevista.

Muertes estúpidas como éstas las hay a docenas, y creo recordar que hablé de algunas de ellas hace mucho tiempo, en El cuaderno de Luis. Así, por ejemplo, Diógenes, el cínico, fue estrangulado por un pulpo al que intentaba comerse crudo... Diógenes al pulpo, quiero decir, y de ser cierta esta leyenda, fue una muerte cínica de primera categoría. Lully, el compositor, murió por culpa de una gangrena ocasionada por una herida que él mismo se había hecho con el bastón de director de orquesta, que también es mala suerte. En 1899, el presidente de Francia, Fauré, furibundo moralista, murió en los brazos y entre las piernas de una prostituta, y no hace falta que les explique los detalles de su muerte, me parece a mí, que ya somos mayorcitos. Etcétera. Sobran los ejemplos.

Pero en algún punto antes de ahora, este apunte ha dejado de tener gracia. Quizá nunca la tuvo, pero ahora seguro que no la tendrá.

En muchos países desarrollados, algunas mujeres defienden el derecho a parir en casa y de forma natural. Se quejan de la deshumanización del parto en los hospitales. En muchos casos, tienen razón, porque el trato podría ser más amable. En cambio, en la mayoría de los países subdesarrollados, lo que quisieran es tener un buen servicio de maternidad, aunque sea deshumanizado como el nuestro, porque las madres del lugar ya saben lo que es parir en casa y de forma natural y sin ninguna otra opción. Ya ven: siempre se desea lo que no se tiene. Pues nuestra historia tiene que ver con esta moda parturienta.

En Melbourne, Australia, Caroline Lovell, madre de una hija de tres años, tuvo un problema serio mientras daba a luz a su segunda hija. Paría en casa. Los médicos, avisados con urgencia por la comadrona, llegaron demasiado tarde y poco pudieron hacer. Pudo salvarse la hija, pero la madre murió en el hospital, al día siguiente. Su corazón no pudo resistir el choque de una hemorragia durante el parto.

De haber parido en el hospital, los médicos ¿habrían podido salvar a la señora Lovell? Quién sabe. Posiblemente, sí, pero nada es seguro. El caso está siendo investigado.

Lo que nos llama la atención en esta desgracia es que la señora Lovell dedicó muchos esfuerzos en vida a defender el derecho de las australianas a parir en su casa, no en el hospital. Presionó al Gobierno de Australia para que el sistema sanitario público contemplara esta posibilidad. Pedía que las matronas tuvieran una protección legal y que su oficio fuera regulado como en Holanda, por ejemplo, donde se facilitan los medios para parir en casa con relativa seguridad.

La señora Lovell decía que la vida de las madres australianas estaría en peligro sin la ayuda de las matronas adecuadas, con una formación reglada y una preparación suficiente, y que éstas tenía que proporcionarlas el Estado. Declaró una vez, copio: Personalmente, estoy muy sorprendida y avergonzada de que el parto en casa no sea una libre elección de la mujer que quiere dar a luz en su entorno.

Ella parió en su entorno, en casa. La matrona se enfrentó con una hemorragia que no pudo ni prever ni controlar y el corazón de la señora Lovell no pudo resistirla. Murió.

Como pueden imaginar, el debate en Australia sobre los partos en casa se ha enconado y el caso de la señora Lovell corre de boca en boca. Y como he dicho antes, ese debate queda muy lejos de la realidad de los pueblos menos desarrollados, que quisieran todos parir en un hospital en condiciones.

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