La empresa de Alejandría


Luigi Durand de la Penne en sus años mozos.

Un héroe famoso en algunos círculos y del que se ha escrito mucho es Luigi Durand de la Penne, que pese al apellido era genovés. Alcanzó la heroicidad como buzo de combate, tripulando un Siluro di Lenta Corsa, SLC, que es, en español, un torpedo lento y en verdad, un minisubmarino. Los submarinistas italianos lo bautizaron cariñosamente (o no) como maiale (puerco, marrano o cochino).

Los buzos de combate de la Real Marina Italiana eran un cuerpo de élite. A decir verdad, no había mejores buzos ni mejor preparados que ellos en todo el mundo. Sorprende, ¿verdad?

Buzos italianos navegando en superficia a caballo de un maiale.

El SLC era un torpedo de 533 mm al que se le había cambiado la hélice y el motor para que navegara lenta y silenciosamente. Un pequeño motor eléctrico, no más grande que el de su lavadora, empujaba este minisubmarino de siete metros y pico de proa a popa. El maiale tenía dos tripulantes, buzos, que se sentaban a caballo encima del torpedo de marras. Tal cual. El que hacía de piloto tenía delante de sí una especie de escudo hidrodinámico que protegía los instrumentos de navegación: un indicador de profundidad, una brújula, un voltímetro para la batería, etcétera. Los buzos respiraban lo que llevaban en sus botellas de aire comprimido. El armamento del SLC era una carga explosiva de 230 kg. 



El SLC era un aparato sencillo, poco más que un torpedo modificado.

Un ataque era más o menos así. Un submarino acercaba a los SLC al fondeadero de la flota enemiga. De noche, los buzos se subían a los maiali y partían en misión de combate. Navegando sigilosamente, burlaban las defensas del puerto enemigo y buscaban su presa. Localizado el blanco, se situaban bajo su quilla. Entonces procedían a separar el morro del minisubmarino del resto, pues la proa del maiale no era más que una potente carga explosiva. Si el fondeadero era profundo, tenían que sujetar la carga explosiva a la quilla del enemigo con alambres (¡sic!). Pero si el fondeadero era poco profundo, bastaba con depositar la carga en el fondo, justo debajo del buque que pretendían hundir.

Dicho y hecho, los submarinistas volvían a subirse al SLC y procuraban escapar. Un aparato de relojería contaba el tiempo programado para la explosión. La idea era que los pillara lejos. Entonces ¡BUM! Reventaba la quilla del enemigo, se le abría una vía de agua y solía echarse a pique. Aunque la misión de los buzos italianos era muy arriesgada, si no directamente suicida, sorprende que sobrevivieran tantos buzos para contarlo. En parte, porque eran gente preparadísima y capaz de improvisar.

En la cubierta del Sciré. En estos tubos se guardaban los SLCs.

La impresa di Alessandria, que es como la conocen en Italia, tuvo lugar el 19 de diciembre de 1941. Esta incursión no tiene igual en la historia del buceo. La llevó a cabo la Xª Flottiglia MAS y la misión se denominó G.A.3. El Sciré, un submarino de la Real Marina Italiana, partió de la Spezia el 3 de diciembre con los intrépidos buzos y sus maiali a bordo. Pretendían atacar el 17, pero el mal tiempo dejó las cosas para la noche siguiente.

Partieron tres maiali. El objetivo era atacar, escapar a nado y conseguir llegar andando (sic) a Rosetta, donde les esperaría una lancha del Sciré. Como quien no quiere la cosa, los buzos burlaron las defensas del puerto de Alejandría colándose bajo tres cazatorpederos que regresaban de una patrulla.

El HMS Queen Elizabeth en Alejandría, rodeado de la red antitorpedos, poco antes del ataque.

Antonio Marceglia y Spartaco Schergat, oficial y suboficial del SLC nº 223 hicieron (son sus propias palabras) una missione perfetta, da manuale. Se situaron bajo el acorazado británico HMS Queen Elizabeth, sujetaron la carga explosiva de su maiale bajo su quilla, nadaron hasta la orilla y comenzaron a alejarse de Alejandría a pie, silbando y con las manos en los bolsillos, como quien no quiere la cosa. El SIM (el servicio secreto militar italiano) les había provisto de moneda egipcia, pero cometió un fallo: ¡ya no era de curso legal en Egipto! Querían hacerse pasar por marinos franceses, pero no consiguieron engañar a los ingleses. Los capturaron dos días después, cerca de Rosetta. ¡Casi lo consiguen!

Así tuvo que navegar el nº 222 en Alejandría. Qué peligro.

El SLC nº 222 no tuvo tanta suerte. El maiale salió a la superficie porque el aparato respiratorio de Vincenzo Martellotta se obstruyó. Éste y Mario Marino, su compañero, echaron un vistazo alrededor y escogieron atacar al petrolero Sagona, lo que tenían más cerca. Se aproximaron sigilosamente y como pudieron, situaron la carga explosiva bajo el buque enemigo. Luego escaparon a nado. También los pillaron poco después, en Alejandría. No colaba pasar por francés si uno iba por ahí diciendo Ma cosa? Sono francese! Hay que notar que justo entonces el cazatorpedero HMS Jervis estaba repostando combustible al lado del Sagona.

El HMS Valiant en el puerto de Alejandría, cargando munición, pocos días antes del ataque.

El caso más notable y accidentado es el del SLC nº 221, el de Luigi Durand de la Penne y Emilio Bianchi. El minisubmarino se aproximaba lentamente al acorazado HMS Valiant cuando ¡zas! ¡Se hundió! Se fue al fondo. 

Un inciso: los SLC se averiaban continuamente. En este caso, sin embargo, un alambre se enredó en la hélice del maiale. Además, dicen los expertos, el SLC nº 221 entró seguramente en una zona de agua dulce y la flotabilidad del submarino se vino abajo y el submarino, al fondo. Pero ¿qué podía imaginar Durand de la Penne? En esos momentos, seguro que maldijo a los mecánicos de La Spezia.

Durand de la Penne se encontró solo. Bianchi había desaparecido. Así que ¿qué hizo? ¡Empujar el maiale por el fondo hasta situarlo bajo la quilla del HMS Valiant! Así, con un par. Venga a empujar. Se estuvo un buen rato y una vez consiguió situarlo justo debajo, activó la carga y escapó a nado del lugar. Tuvo la mala suerte de ser sorprendido en el agua y capturado.

Lo encerraron en la sentina del HMS Valiant, pared con pared con la santabárbara del acorazado, ¡justo encima de la carga explosiva que acababa de colocar! Le preguntaron qué hacía ahí, pero él no dijo ni una palabra. Poco después, se alegró de ver a Bianchi. Lo habían descubierto más muerto que vivo, agarrado a una boya, víctima de una intoxicación de oxígeno después de cinco horas de navegar bajo el agua. El súbito hundimiento del SLC nº 221 había podido con él. Se estaba recuperando, ¡menos mal! Pero ahora era su compañero de prisión.

Ni uno ni otro dijeron una palabra de lo que estaba sucediendo. Los ingleses se olían el ataque y preguntaban dónde habían dejado la carga explosiva. Pero los dos italianos no dijeron ni mu. A las 05.30 h., media hora después de haber colocado el petardo, Durand de la Penne avisó al guardiamarina y le dijo (así, tal cual) que quería hablar con el almirante Cunningham, el jefe de la Mediterranean Fleet. Lo llevaron ante el capitán del acorazado, Charles Morgan. Allá supo el británico que tenía quince minutos para abandonar el barco. El oficial italiano dijo que había ido a hundir su acorazado, pero que podrían salvarse muchas vidas si corrían todos a ponerse a salvo. El capitán Morgan, incrédulo, escuchó a Durand de la Penne decir todo esto y negarse a confesar dónde había situado la carga explosiva. 

¡Devolvieron a Durand de la Penne a la sentina! Pero también abandonaron el barco. El almirante Cunningham, por cierto, supo del ataque y se negó a abandonar su puesto. Poco después, el acorazado se alzó sobre el agua. ¡BUM! Suponemos que se derramó el té del almirante.

Sí, ¡BUM! ¡BUM! ¡BUM! Pese al aviso, murieron ocho marinos británicos del HMS Jervis, pero se salvaron muchas vidas. Milagrosamente, Durand de la Penne y Bianchi sobrevivieron a la explosión con chichones y contusiones y nada más. Los dos acorazados se fueron a pique, pero no llegaron a hundirse porque tocaron fondo. Eran aguas poco profundas y pudieron reflotarse y repararse, pero quedaron fuera de combate durante meses, con gravísimas averías. El petrolero y el cazatorpedero que estaba repostando también se fueron a pique, también fueron reflotados y sus reparaciones llevaron todo un año. ¡Fue una gran victoria!

Las reparaciones de los acorazados duraron meses. 
Gran Bretaña se quedó sin acorazados en el Mediterráneo.

El fallo de toda esta operación fue que la Real Marina Italiana no supo aprovechar ser la reina de los mares durante más de medio año. Por falta de combustible y de ambición. Luego, perdió la guerra. En 1943, firmó un armisticio y hay que notar que los buceadores capturados en Alejandría pasaron a combatir al lado de los aliados. 

Preso en la Gran Bretaña, Durand de la Penne fue devuelto a Italia a finales de ese año y participó en el Gruppo Mezzi d'Assalto del Mariassalto. Es decir, siguió haciendo de buzo de combate y participó en varias incursiones contra los alemanes, con notable éxito.

En marzo de 1945, todavía no había acabado la Segunda Guerra Mundial, Luigi Durand de la Penne y los otros cinco buzos que participaron en la incursión en Alejandría fueron condecorados con la Medalla de Oro al Valor Militar, el no da más de las condecoraciones italianas, comparable a la Cruz Victoria británica o a nuestra Laureada de San Fernando. Sobraban razones para señalar el heroismo de estos buzos. La ceremonia de la condecoración tuvo lugar en Taranto. Presidió la ceremonia y colgó las medallas el invitado de honor el rey Umberto di Savoia y jefe de la flota aliada en Taranto, ¡sir Charles Morgan! El antiguo capitán del HMS Valiant, ahora sir y almirante, condecoró con su propia mano a Durand de la Penne. Hundió su querido acorazado, pero salvó las vidas de muchos de sus marinos.

El almirante condecorando al buzo que hundió su más querido acorazado.

¿Qué pensarían el almirante y el buzo justo en ese momento?

En 1969, el submarino nuclear británico HMS Valiant (SSN 02) visitó el puerto de La Spezia. Recibió la visita de las autoridades italianas, entre las que se encontraba un viejo conocido, ¡Durand de la Penne! Cuentan que sucedió lo siguiente:

--Buenos días, señor, bienvenido al HMS Valiant --saludó el oficial de cubierta.
--¡Yo hundí el último Valiant! --exclamó el italiano, orgulloso.
El oficial de cubierta no se lo pensó dos veces.
--Pues, señor, procure no hundir éste, por favor --respondió.

Tal cual.

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