¡Apadrina un mortero!


Los indígenas tratan al santo Bartolomé con honores militares. Fíjense bien, que muchos bailes y costumbres tienen aires castrenses y el santo corre por el pueblo en olor de pólvoras y bastonazos y con un aire a guerra carlista que no se aguanta. No hace mucho, acompañaban al santo en sus correrías los representantes de la sociedad civil, la eclesiástica y la militar. Palabra de honor. Todos a una, como llevaban haciéndolo desde que hay registros del fiestorro.

Fotografía publicada por el Ayuntamiento de Sitges en su sitio web, que procede del archivo del Eco de Sitges y está datada en los años 40 del siglo XX. Aquí están reunidas las autoridades civiles y militares, más un señor de Falange que lleva la medallita que lo señala como concejal. El guardia civil, a la antigua usanza y de gala, con tricornio con vivos dorados, sable, banda, barriga y medallero. Falta el señor rector, qué pena.

Hoy ya no. Es de lamentar que el oficial al mando del cuartelillo de la Guardia Civil no desfile con el séquito del santo, como antaño. Consta su presencia en todo el siglo XIX y casi todo el siglo XX. Pero el cuartelillo de la playa de San Sebastián ya no existe, porque lo devoró la especulación inmobiliaria. Estaba delante de los columpios, por si le interesa a alguien.

El picoleto se presentaba con el tricornio, los cordones dorados, a veces el sable y siempre con el uniforme de bonito, recién planchado y condecorado a discreción. Era cosa de ver. Desfilaba codo con codo con el jefe de la policía municipal, que se ponía los guantes blancos y los paseaba incómodo, falto de costumbre. Pero algunos recordamos también al representante de la Comandancia de Marina, un oficial de blanco de la cabeza a los pies, también de gala. Aviadores... Aviadores no creo que llegaran a desfilar. No los recuerdo. Me da que ésos no se metían en las cosas del Cielo en la tierra.

¡Cómo se pierden las formas! Ahora que España es un Estado laico, los representantes de los tres ejércitos se quedan en casa, donde les corresponde, pues representan al poder ejecutivo y el poder ejecutivo no puede mostrar preferencia o deferencia por tal o cual manifestación religiosa. Lo público por aquí y las creencias de cada uno por allá. Como dijo aquél, a Dios lo que es de Dios y a César lo que es del César y pa'mí, el 3%.

A falta de la Guardia Civil, desfila la Sección Motorizada de la Guardia Urbana.

Ahora bien, mientras las autoridades militares obedecen el espíritu de la ley que garantiza la libertad religiosa, las autoridades civiles indígenas se pasan la ley, el espíritu de la ley y lo que haga falta por el forro y acuden todas a la rúa del santo, con sus mejores galas y sacando pecho, rindiéndose ante el poder de convocatoria del señor rector, que oficia de maestro de ceremonias del santo. ¡Mírame, mírame! Soy el señor alcalde, o el regidor, o el concejal... Nadie se pierde la invitación de San Bartolomé, que tiene fama de montar fiestas de primera.

Tienen dos razones para ello. Una, que les puede hacerse notar. ¡Oh, cuánto placer manifiesta el alcalde paseándose por el pueblo de veintiún botones y con el bastón de mando! La otra razón es que el día que el alcalde o los munícipes digan que no participan en las manifestaciones de la Santa Madre Iglesia, porque el poder civil no tiene por qué meterse en cosas de santos, se lía la de Dios es Cristo y acaban todos a hostias, perdonen ustedes.

Los indígenas suburenses se toman las cosas del santo muy en serio y lo de hacerle un feo a Bartolo lo considerarían intolerable. No hay alcalde, y menos a un tiro de piedra de las elecciones, que haga ejemplo del laicismo del Estado, del que forma parte y al que representa. Aquí pasan todos por la piedra de venerar al santo del lugar, aunque uno sea ateo y pecador de la pradera.

Pero hablaba de los honores militares que rinden los indígenas al santo y quizá sea la salva de veintiún morteros el mayor de ellos, y el que pasa más desapercibido. En efecto, una salva de cañonazos es costumbre sobre todo en la Marina, donde cuentan los estampidos uno a uno. Así, a un capitán de navío lo reciben con tantos, a un almirante con algunos más y al rey, Dios salve al rey, con veintiún cañonazos. Cuando hay un santo por en medio, se lanzaban veintiuna salvas por la misma razón, porque con el Cielo no se juega y porque el santo, santo es. 

Sitges celebra el inicio de la juerga de San Bartolomé con veintiuna salvas y repique de campanas, los máximos honores que puede dar tanto el Ejército (en verdad, la aristocracia) como la Iglesia a nadie, reservados en exclusiva para las cosas del rey en la tierra y del Rey del Cielo. No nos estamos de nada.

Dice: Apadrina un mortero (morterete).

Pero me dicen que este año ha ido mal el asunto de las salvas de honor. Al parecer, no había dinero para los veintiún morteros y al señor alcalde, de CiU, se le ha ocurrido privatizar los honores, lo que es costumbre en su partido. Tal razón ha movido a buscar patrocinadores entre la gente del común.

Así, va uno, enciende la mecha y dice: Éste va por la lavandería de la calle Tal, ¡PUM!, Éste, por la Ferretería Cual, ¡PUM!, y así hasta veintiún paganos. Se ofrecían los morteros por internet y me cuentan que las apreturas de la economía se han hecho notar en la venta.

Un amigo mío contó dieciocho salvas, que no veintiuna, y una de dos, o el santo ha sido degradado y ahora no pasa de vicealmirante o las perras no han llegado para honrarlo como Dios manda. También es posible, no lo descarto, que el alcohol haya hecho mella en las matemáticas de mi amigo y fueran, en verdad, veintiuna salvas, que son las que corresponden a San Bartolomé, ni una menos.

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