En honor de Baco


Los antropólogos citarán con gusto semejanzas notables entre los festejos católicos y los paganos, como queriendo decir que la Santa Madre Iglesia no ha inventado nada nuevo y aquí tienes a los curas, imitando a los idólatras. Los antropólogos harían bien en notar que prácticamente todas las fiestas de todas las religiones tienen ritos semejantes, por no decir comunes, porque los hombres celebran casi siempre lo mismo en todas partes. ¿Acaso no somos primates? Pues, eso.

De ahí que la casualidad nos enfrente a ritos casi idénticos aquí o allá, antes y ahora. Los casos en los que un rito moderno viene directamente y sin escalas de un rito antiguo, por mucho que se parezcan entre sí, se cuentan en todo el mundo con los dedos de una mano. Si me pagaran un céntimo por cada rito ancestral que en verdad no tiene más de un siglo y yo pagara un euro por cada rito ancestral verdaderamente antiguo, sería multimillonario. Pero vaya usted y dígales a los indígenas que tal rito en cuestión tiene de antiguo menos que yo y verán cómo se tragan los dientes. 

Reposo del guerrero. Al lado del hatillo de tela de saco que protege del fuego de las pólvoras, varias latas de cerveza consumidas para protegerse de la triste realidad. Un rito ancestral.

A lo que íbamos. El alcohol y en su defecto los estupefacientes son lugar común en casi todos los festejos religiosos. La razón es una y simple: cuando uno va cocido es más fácil que acabe teniendo visiones o alcance un estado de éxtasis. Pregunten, si no, a santa Hildegarda, y no es broma. 

De ahí que los griegos organizaran sus ritos dionisíacos, donde acababan todos con una curda como un piano. Los romanos montaron las bacanales. Los suburenses, más modernos y bajo el auspicio de la Santa Madre Iglesia y el permiso del señor rector, las fiestas de San Bartolomé, a las que sumar las de Santa Tecla, los Carnavales, el Corpus, la Vendimia y todas las noches del viernes al sábado, del sábado al domingo y algunas fiestas de guardar, entre las que se cuentan diversos santos y actos cívicos, religiosos y patrióticos. ¡Luego dirán que no hemos progresado!

Todo para decir que la rúa de San Bartolomé es momento propicio para regar el estómago con bebidas fermentadas, ricas en azúcares y alcohol. 

Soplador de chirimías repostando combustible a la vieja usanza.

Cuando era pequeñito, el olor de la Fiesta Mayor de Sitges era inconfundible. Olía a pies, a rancio, a los sudores de mucha humanidad sometida a los rigores de agosto, pero sobre todo olía a vino, a vino peleón. Los bailarines corrían con los bastones y las fajas y una bota por morral, las manchas rosadas de tinto eran un lugar común y se alzaban las manos constantemente, no para rogar a Dios, sino para darle al vino procedente del porrón.

Tamborilero alzando ante la tropa un botellín de cerveza.
¡Que no falte!

Pero los tiempos cambian que es una barbaridad y desde hace unos años que la Fiesta Mayor ya no huele a vino. Sigue oliendo a pies, a rancio, a los sudores de mucha humanidad, pero ahora predomina el olor de la cerveza. Los bárbaros del norte se han impuesto una vez más y han derrotado a la cultura mediterránea en su propio terreno. ¡Qué tragedia! Ya no se alzan las manos llenas de botas y porrones, sino que se aferran latas de aluminio o botellines de cerveza, que se abren dejando ir gases y espumas y se consumen por docenas. ¡Presumimos de patriotas y de sustento de tradiciones y ya ven por dónde se nos ve el percal! ¡Dándole a la cerveza!

Baco ya no podría retratarse con un racimo de uvas en la cabeza. Ahora tendría que vestir camiseta sin mangas y eructar aires cerveceros. ¡Ay, qué grave error cometimos suprimiendo el latín en las escuelas!

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