Los polacos en Somosierra (II)


Al amanecer, los franceses avanzaron según lo previsto. Gracias a los prisioneros hechos por el comandante Lejeune (algunos de ellos, desertores franceses que se habían visto obligados a luchar con los españoles en contra de sus antiguos camaradas), podían hacerse a la idea de lo que tenían enfrente. 

El paso serpenteaba a lo largo de tres kilómetros, abriéndose paso a través de la sierra. La pendiente del camino era suave y pasaba por varios puentes que pasaban por encima arroyos y riachuelos de montaña. En la entrada del paso, justo detrás de un puente de piedra de paso obligado, se habían instalado dos piezas de 4 libras detrás de un parapeto y se había abierto una trinchera en la carretera. Después, la carretera se torcía.

A 700 metros de esta primera sección de artillería, había otra. Dos cañones más, apuntando a la primera. También se habían parapetado en un recodo de la carretera. Una tercera sección de artillería apuntaba a la segunda, a una distancia semejante y dispuesta de modo parecido. Más de mil milicianos se habían atrincherado con los artilleros a lo largo del camino. 

La ermita de Nuestra Señora de la Soledad sigue en pie.
Es un punto de referencia de la batalla de Somosierra.

El último tramo era el más complicado, porque el general San Juan había formado una batería con los diez cañones restantes y la había protegido con parapetos y una guardia de 2.000 hombres. La batería apuntaba directamente al tramo final del paso de Somosierra y cubría a la tercera sección de artillería antes dicha. Estaba cerca de la ermita de Nuestra Señora de la Soledad, que hoy todavía sigue en pie.

En pocas palabras, si uno seguía por la carretera, tenía que enfrentarse no una, sino tres veces, a un par de cañones que le echarían encima toda la metralla a mano, para, al final, plantarse delante de diez cañones más y recibir la puntilla. Eso, cuesta arriba, en una carretera llena de curvas y obstáculos y con milicianos a lado y lado tirando con bala al tuntún. Mal pronóstico, ¿verdad?

A las órdenes de Victor, la infantería (el 9.º de Infantería Ligera y el 24.º y el 96.º de Infantería de Línea) atacó por los flancos de las posiciones españolas y muy pronto se tirotearon españoles y franceses en la montaña. Los españoles retrocedían, por el momento, aunque no lo ponían fácil. El avance era lento porque los españoles habían derruido algunos tramos de la carretera y la artillería (seis piezas de 8 libras) tuvo problemas para plantar sus cañones frente al puerto de montaña, algo que no consiguió hasta un tiempo después. 

Napoleón contemplando el ataque de Victor contra Somosierra.
En primer plano, un soldado de los jinetes polacos.

Napoleón contempló el ataque desde una arboleda, a tiro del enemigo. ¡Bien cerca! Llovieron algunas balas alrededor cuando presenció los primeros pasos del ataque, pero ni se inmutó. Permaneció a caballo, contemplando el tiroteo, ajeno a los balazos. Media hora después, sin embargo, era evidente su mal humor. Y no era por las balas de cañón que pasaban por encima de su posición, sino por otra cosa.

¡Hay que tomar ese paso como sea!, gritaba. La infantería avanzaba lentamente y Napoleón tenía prisas, porque cada hora que regalaba a los españoles era una hora de ventaja para ellos y para el ejército anglo-portugués que marchaba desde Portugal. ¡No podía perder otro día! Así que se dejó de sutilezas y ordenó que tomaran el paso de Somosierra al asalto, de frente, con violencia y contundencia.

¿Quiénes iban a tomar el paso? ¡Los polacos! El escuadrón de guardia en el cuartel general esa mañana, el 3.º, al mando del comandante Kozietulski (sustituyendo al comandante Stokowski), formado por la 3.ª y 7.ª compañías, al mando de los capitanes Dziewanowski y Krasinski, respectivamente, cargaría contra la artillería española y tomaría los cañones. El resto del regimiento, esperaría órdenes.

Aquí comienza una de las polémicas de Somosierra, que hacen la delicia de los aficionados a las batallas del Primer Imperio. ¿Ordenó Napoleón tomar la primera sección de artillería (dos cañones) o el paso de Somosierra todo él, de arriba abajo? Lo primero sería lógico y lo segundo, una locura. Más, considerando que sólo enviaba a un escuadrón de los todavía inexpertos Chevaux-Légers Polonais. Unos dicen una cosa y otros, la otra, y hay que incluir en la ecuación el mal humor de su Su Majestad Imperial, que echaba humo por las orejas.

Napoleón envió al coronel Piré y al general Montbrun para dirigir a los polacos contra los cañones españoles. Uno y otro hicieron carrera en el Gran Ejército y no hay nadie que pueda acusar a uno u otro de cobardes. ¡Todo lo contrario! Montbrun, uno de los mejores generales de caballería de Napoleón, tan pronto se llegó con los polacos a la vista de la primera batería dio el alto, ordenó que aguardaran un momento y se presentó de nuevo delante del Emperador.

Sire, dijo, es imposible tomar esa batería a la carga

(Paréntesis. Algunas fuentes dicen que fue Piré quien dijo que era imposible. Es posible que se presentaran los dos, Piré y Montbrun, delante de Napoleón, intentando quitarle la idea de la cabeza, a la vista de las defensas del enemigo.)

Napoleón estalló en un ataque de ira. Comment? Impossible! Je ne connais point ce mot là! Il ne doit y avoir pour mes Polonais rien d'impossible!, exclamó, golpeando el pomo de la silla de montar con fuerza. En español, algo así: ¿Cómo? ¡Imposible! ¡No conozco esta palabra! ¡No existe nada imposible para mis polacos!

De peor humor le puso el general Walther, uno de los comandantes de la Guardia Imperial, cuando observó que la infantería estaba avanzando por los empinados flancos del paso de Somosierra y que pronto sobrepasarían las posiciones de los españoles, que no hacía falta sacrificar a un escuadrón de la Guardia en una misión... imposible. ¡No tuvo mejor idea que repetir la palabra maldita! ¿Imposible? ¿Otra vez imposible? ¡Eso sí que no! 

Su Majestad pilló un berrinche de padre y señor mío y exclamó algo que podríamos traducir así: ¡Imposible...! ¿Me está usted diciendo que la Guardia será detenida por unos paisanos? ¿Por unos malhechores armados? Luego añadió una frase que se ha convertido en un dicho popular en Francia: ¡Imposible no es francés!

Total, que ahora viene la segunda polémica de la batalla. Napoleón se volvió a uno de sus ayudantes de campo y le dijo: Vaya de una (jodida) vez y póngase al frente de mis polacos, cargue contra esos cañones, tómelos y regrese con ellos. Pero ¿quién fue ese ayudante de campo?

Los polacos lanzándose a por el paso de Somosierra, al galope.
El artista incurre en un error. Los polacos se aproximaron al trote.
El galope se reservó para después.


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