Quedaron hechos pedazos, literalmente


El suceso que narraré ocurrió el primer día de una de las batallas más duras de la campaña del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial: la toma de Peleliu. 

Peleliu es una isla del archipiélado de las islas Palaos con una superficie de apenas 13 kilómetros cuadrados. El porqué del ataque se explica porque los japoneses habían construido un aeropuerto en esa isla, pero también por el toma y daca de los dos principales estrategas de la guerra en el Pacífico. El almirante Nimitz pretendía saltarse las Filipinas y el general McArthur, ocuparlas. Como ganó el plan de McArthur, se trataba de ocupar las islas Palaos para evitar los ataques japoneses al flanco derecho de las tropas aliadas. Neutralizar, fue el término empleado. Un eufemismo que costaría miles de vidas.

Desembarco en Peleliu.

La 1.ª División de Marines lideraría el ataque y sería apoyada por la 81.ª División de Infantería. En total, sumaban casi 50.000 hombres, más la Task Force 38 de apoyo, una flota formada por cinco acorazados, cinco cruceros pesados, tres ligeros, tres portaaviones pesados y cinco más ligeros, que no es poca cosa. A esta fuerza se oponía la 14.ª División de Infantería japonesa, algunos trabajadores civiles, una compañía de carros de combate y un variopinto y poco numeroso etcétera, que sumaban casi 11.000 hombres, muy bien atrincherados, con cantidad de morteros, piezas de artillería y ametralladoras en blocaos por toda la isla.

La batalla se inició en septiembre de 1944. El bombardeo sobre la isla fue atroz. Unos 2.500 proyectiles de 406 o 356 mm de calibre, casi 2.000 bombas de aviación de más de 200 kg y ya no sé cuántos proyectiles de menor calibre, de cañones y ametralladoras pesadas. Al cambio, hablamos de 200 a 500 Tm de bombas y proyectiles explosivos por kilómetro cuadrado. Parecerá mentira, pero las defensas japonesas casi no resultaron afectadas por ese infierno sobre la tierra. 

Los japoneses se habían preparado a conciencia y eso iban a pagarlo muy caro los americanos, con más de 2.500 muertos y 8.500 heridos. La táctica habitual hasta el momento había sido una fortísima defensa en las playas; si el enemigo hacía una brecha en las defensas, entonces se cargaba a la desesperada contra él, jugándosela todo a un todo o nada en una carga suicida. Estos ataques fueron bautizados como ataques banzai por los americanos, por el grito de guerra de los japoneses.

En Peleliu, sin embargo, diseñaron sus defensas en profundidad. Cada posición estaba protegida por otras y estaba cuidadosamente situada. Se forzaría al enemigo a tomar esas posiciones una a una, con grandes bajas, sabiendo que atacarían bajo fuego cruzado. Cuando la ocasión fuera propicia, se lanzarían ataques por sorpresa y emboscadas bien coordinadas, pero no esos ataques suicidas que habían resultado tan poco efectivos hasta el momento. En suma, una guerra lenta, de desgaste, pensada para provocar el máximo número de bajas en el enemigo, que se lo pensaría dos veces antes de cualquier movimiento.

Esto ayuda a explicar por qué una batalla pensada para durar cuatro días duró dos meses y provocó casi tantas bajas entre los americanos como entre los japoneses (que, excepto 200 operarios civiles, murieron todos), pese a la superioridad de los EE.UU.  

Pero no adelantemos acontecimientos. Las fuerzas americanas desembarcaron el 15 de septiembre, y ése es el día en que sucedió todo lo que quiero contar.

El desembarco fue precedido de un intenso bombardeo, ya lo he dicho, pero fue muy contestado por el fuego enemigo. Se desembarcó en el sur de la isla, por ser la posición más próxima al aeropuerto, el objetivo de la batalla. Aunque hubo muchas bajas, pronto se instaló una cabeza de playa. El avance fue lento, mucho más lento de lo previsto, y al caer la tarde ningún batallón había alcanzado los objetivos previstos.

Los marines llegaron a tocar al aeropuerto y se encontraron frente a un enorme espacio abierto. Al final del aeropuerto, hacia el norte, la selva y los palmerales de costumbre y una elevación, el cerro de Umbrogol, que no tardaría en ser bautizado como la Herradura. De repente, un observador de la Marina descubrió a los pies de la Herradura una concentración de tropas japonesas. 

Era el 1er. Batallón del 2.º Regimiento japonés, más la compañía de carros de combate de la guarnición. En números redondos, unos mil hombres y un indeterminado número de carros de combate, entre 11 y 18. La infantería se había desplegado en el mejor orden y partían de una posición óptima. Los carros de combate iban detrás, justo para darles apoyo, sin exponerse. 

Corrió la alerta entre los hombres del 1er. Batallón del 5.º Regimiento de Marines, que eran la vanguardia del avance americano y que apenas acababan de poner los pies en la llanura. Aunque hasta ese momento los contraataques japoneses habían sido pocos y dispersos, éste tenía toda la pinta de ser un ataque coordinado y preparado. La posición de los marines era todavía precaria y los japoneses eran capaces de hacerles mucho daño. La amenaza era muy seria.

Sin embargo, la fortuna estuvo de parte de los americanos y la torpeza, de los japoneses. 

De entrada, el ataque comenzó tarde, a las 1650 h. Esperaron demasiado, perdieron la oportunidad y el efecto sorpresa. Los marines habían tenido tiempo de pedir refuerzos, que comenzaban a llegar o estaban en camino. Además, el observador de la Marina que hemos dicho ya había tenido tiempo de fijar la posición del enemigo y avisar a los cruceros y acorazados de la flota invasora, que ya estaban poniendo la artillería a punto.

Un carro Tipo 95 Ha-Go, despachurrado en el aeropuerto de Peleliu.

Ahora tendremos que abrir un paréntesis. Los carros de combate japoneses en Peleliu eran todos del Tipo 95 Ha-Go, unos carros ligeros que pesaban 10 Tm, armados con un cañón de 37 mm de baja velocidad y un par de ametralladoras. Su blindaje apenas protegía de los disparos de fusil y de la metralla desde lejos, yendo de los 6 a los 12 mm de grosor. Cualquier cosa con más potencia que un fusil podía agujerearlo. En Peleliu, habían soldado unos bidones de combustible partidos por la mitad a la parte trasera del tanque, a modo de asiento para la infantería, que también podía agarrarse para no caer a unas barandillas de bambú. Porque la idea era que los carros avanzaran cada uno de ellos con una pequeña sección de infantería a cuestas. Fin del paréntesis.

De repente, los carros de combate japoneses dejaron atrás a su infantería. A toda máquina, corriendo a todo lo que daban de sí, cargaron contra las avanzadas de los marines. ¿Qué estaban haciendo? A un par de centenar de metros de distancia, la mayoría se desvió de la ruta y quiso cruzar la pista del aeropuerto en diagonal, corriendo... ¡en paralelo a las líneas americanas!

Restos de un tanque japonés en Peleliu, destrozado.

Ni que decir tiene que los americanos dispararon con todo lo que tenían a mano: bazookas, cañones contracarro de 37 mm, ametralladoras pesadas... Los soldados que iban subidos a los tanques hacía ya tiempo que se habían quedado por el camino, muertos, heridos o simplemente descabalgados de su montura, porque se iban cayendo unos pocos a cada bache. Ninguno sobrevivió a la lluvia de balas y explosivos.

Un M4A2 Sherman de la compañía A, en Peleliu.

Para acabar de rematar la faena, aparecieron ocho carros M4A2 Sherman, de las compañías A y B del 1.er Batallón de Carros de Combate de los marines. Desde el punto de vista japonés, eran unos monstruos; pesaban entre tres y cuatro veces más que los carros japoneses, eran invulnerables a sus proyectiles y su cañón de 75 mm podía destruir un Tipo 95 Ha-Go con toda la facilidad del mundo. También se sumaron a la fiesta y dispararon contra los japoneses, cómo no. De hecho, comenzaron disparando proyectiles perforantes y se asombraron al ver que no causaban efecto alguno. En verdad, sí. Ocurre que los proyectiles entraban por un lado y salían limpiamente por el otro porque el blindaje parecía de papel. Así que emplearon proyectiles explosivos, con efectos devastadores.

Uno de los carros japoneses que se quedó atascado en los pantanos.
Al fondo, los restos de un avión japonés.

Sólo un puñado de carros japoneses siguió adelante sin desviarse en diagonal y atravesó las avanzadas de los marines, con muy poco efecto real sobre el enemigo. Pasaron de largo, se atascaron en un pantano que había un poco más allá y ahí se acabó su historia. Los machacaron con todo lo que tenían. 

¿Y qué ocurrió con la infantería? Así que los japoneses salieron de sus trincheras, se ordenó abrir fuego a la artillería naval. A todo esto, se sumó la aviación. Barrieron la base de la Herradura con saña y furia. Fue un infierno y (literalmente) nunca nadie volvió a saber nada de la infantería japonesa, que parece ser que se retiró deprisa y corriendo hacia el bosque y la montaña, pies para que os quiero, ante el avasallador bombardeo, si es que no pereció bajo el mismo.

Unos marines examinan los restos de un carro japonés en Peleliu.

Después de aquel combate y una vez ocupado el aeropuerto, los oficiales del Estado Mayor redactaron un informe sobre el desarrollo de la batalla. Uno de estos oficiales calculó que cada carro de combate habría sido destruido lo menos unas diez veces, aunque no supo estimar el número de carros de combate japoneses que se habían perdido durante el ataque. Quedaron tan despedazados, tanto, que todavía hoy en día no se sabe a cuántos tanques correspondían los restos que quedaron sobre el campo de batalla. Entre 11 y 17 carros enemigos, constó en el informe. No pudo precisarse más.

Todavía quedan en Peleliu algunos restos de los carros japoneses.

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