Ah, los antropólogos... Dales un rito iniciático u otro de tránsito y no verás persona más feliz en este mundo. Así que pillan que tal o cual comportamiento entre una etapa y otra de la vida, se vuelven majaras de puro contento.
Mejor un rito salvaje, como una circuncisión o un tatuaje a sangre y fuego. A tanto no llego, pero ofrezco a los estudiosos un curioso rito que ha nacido espontáneamente entre los papás, las mamás y los niños indígenas. Es el llamado (por mí) Rito del Chupete.
Los bebes sienten una gran afición por el chupete. Ahora vendrá un freudiano y nos dirá por qué, pero yo sigo hablando, no nos venga con tonterías. A una cierta edad, se inicia un conflicto entre la autoridad paterna y la criatura. Los padres consideran que el niño ya tiene edad de dejar el chupete y el niño no lo suelta ni loco.
En éstas, los papás y las mamás descubrieron la fascinación que los pequeñajos sienten por los gigantes. Estos tótems bailarines, faliformes, enormes, son causa de maravilla entre los tiernos infantes. No pregunten el por qué a un freudiano, les aviso de nuevo.
Los papás y las mamás aprovecharon esta fascinación para inventarse un rito de tránsito original y (eso me han dicho) eficacísimo. Consiste en decirle al niño que ofrezca en sacrificio su chupete al gigante. El niño, con el pasmo en el cuerpo y el chupete en la mano, ve como éste se ata con una cinta a la mano del tótem y ya no lo volverá a ver si no es de lejos. Le ha ofrecido la goma más querida a cambio de un momento de proximidad e intimidad, de transcendente complicidad entre el dios y el niño.
¿Todavía llevas chupete? El mío lo entregué ayer al gigante, para que te enteres.
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