El pingüino rodante


Las investigaciones pingüinísticas se han beneficiado enormemente de los avances técnicos y científicos, pero también han tropezado algunas veces con los alardes de la ingeniería. Véase lo que recogió en su día El cuaderno de Luis sobre las pulseras de localización de pingüinos, en Los pingüinos abducidos y  las timopulseras, en enero de 2011 (por cierto, la página más visitada del blog en toda su historia). 

Pero han pasado años desde entonces y hoy los aparatos para señalar y localizar pingüinos son menos llamativos y los pingüinos a los que se les ha instalado un localizador ya no sufren tantas desgracias como sus predecesores. En cambio, los investigadores lo pasan fatal. Porque ¿han visto alguna vez una bandada, manada, rebaño o como se llame de pingüinos? Los hay a cientos, a miles, todos apiñados y apretujados unos contra otros, y váyase a saber, señor naturalista, cuál de todos ellos es el pingüino señalizado. ¡Búsquenlo! Es para volverse loco.

La única manera de descubrirlo es llegarse al pingüino a pie o andando, hasta dar con el pingüino señalizado gracias a un localizador (un aparatito que hace pip pip pip cada vez más seguido si nos vamos acercando o más despacito si nos alejamos). Pero entonces, ay, los pingüinos sufren. ¿Qué hace éste aquí?, exclaman. Salen corriendo, se ponen nerviosos, sufren síncopes, se disparan los niveles de hormonas y en resumen, el experimento se va a tomar viento y los pingüinos se quedan con un susto en el cuerpo que ni les cuento.

La localización del pingüino señalizado por satélite es factible, pero obliga a un emisor de un tamaño que volvería a molestar al pingüino afectado. Lo mejor es acercarse al pingüino por tierra, pero ¿cómo?

Un grupo de naturalistas ha publicado un artículo en Nature Methods (véase aquí) donde ofrece una solución que, a juzgar por los resultados, les ha ido bastante bien. Se mezcla el asunto de los localizadores, la afición de uno de los naturalistas por los automóviles radiocontrolados y un pingüino de peluche que uno de ellos compró en un aeropuerto. Sumen todo, agiten y sale el Penguin Rover, c'est voilà!

El Penguin Rover adentrándose en Penguinland.

Se toma un cochecito de juguete radiocontrolado, se llena de sensores y se pega el pingüino de peluche encima, tal cual, y se envía a visitar a los pingüinos. Los pingüinos no se asustan al verlo pasar a su lado, ni se molestan demasiado cuando el conductor del Penguin Rover choca con otros pingüinos por su falta de pericia. Eh, tú, el nuevo, ve con cuidado, a ver si miras por dónde vas, atontao, y nada más. El aparato es capaz de leer las señales de los emisores pingüinísticos en menos de un segundo, venga de la dirección que venga, evaluar su número de identificación, localizarlo en un sistema GPS, etcétera. Una maravilla.

No es que busque cariño, es que no ha sabido frenar a tiempo.

Ahora bien, no todos los naturalistas pingüinísticos se alegran del invento, porque, tal como dice el doctor Colin Southwell, de la División Antártica de Australia, no serviría para estudiar a los pingüinos que anidan en zonas rocosas (los que él estudia), pero sí, reconoce, para casi todos los demás pingüinos. Además, el uso de rovers (así llaman a estos cochecitos teledirigidos) se ha comenzado a extender entre los naturalistas. Queda constancia de su uso entre las focas y (atención) en manadas de elefantes, en África.

Seguiremos informando.

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