Cuando me bautizaron Luis, no apuntaban a Luis Gonzaga, un tipo que se pasó veinticinco años encerrado en una cueva y aislado del mundo, sino a Luis (IX), rey de Francia, que murió en unas cruzadas (nada heroicamente, sino víctima de la peste) y que reinó como martillo de herejes y en olor de santidad. Me cuesta creer que un tipo como mi tocayo rey pueda ser santo, pero eso, por otra parte, me hace albergar esperanzas de poder ir al Cielo cuando toque.
Exterior de la Sainte-Chapelle en uno de los patios del Ministerio del Interior.
Pues fue este simpático rey quien, en 1241, entó en París descalzo y humillándose ante las reliquias del Martirio de Jesucristo que él mismo había comprado a Balduino II, que dicen que fue el último emperador latino de Bizancio. Según parece, era el kit del Martirio prácticamente completo: la corona de espinas, una parte de la cruz, el hierro de la lanza que le atravesó el costado, la esponja que mojaron en vinagre y un largo etcétera de reliquias menores (a las que sumar el clavo de la crucifixión que, según reza la leyenda, se había fundido para forjar la corona del rey de Francia).
El rey encargó a Pierre de Montreuil que levantara un templo digno de tales maravillas, para uso y disfrute prácticamente exclusivo del rey y los suyos, un lugar de veneración capaz de elevar las almas hacia lo más alto. El templo fue acabado y consagrado, rezan las crónicas, en 1248.
Una anécdota es que el rey no invitó al obispo de París a la consagración de su capilla, porque no quería que ésta dependiera de él. Años después, se acordó que el clero de la Sainte-Chapelle dependería directamente de Roma, no del obispo de París. Qué pensó el obispo de París de todo esto es algo que no consta en los libros.
El resultado es una iglesia que no es muy grande en cuanto a tamaño, pero que es gigantesca en cuanto a su espectacularidad. Consta de dos niveles. El inferior, donde hoy está instalada la entrada al templo y una tienda de souvenirs (ay, Señor...), ya es precioso de ver. En él está la estatua del rey Luis, por si les interesa. Asombrados todavía por la belleza del nivel inferior, con sus paredes policromadas, sus bellos suelos, sus vidrieras..., accedemos al nivel superior y entonces se abre el cielo sobre nosotros.
Las vidrieras, las paredes, los suelos...
El efecto es mágico. Imagínense en la Edad Media. ¿Qué pensarían los visitantes de la Sainte-Chapelle ante tanta maravilla? Las paredes desaparecen y ocupan su lugar unas vidrieras que lo ocupan todo, todo, que deslumbran y alumbran con la Historia Sagrada narrada en pedacitos de cristales de colores. El conjunto deja sin aliento al más pintado, por muy advertido que vaya. Cuesta centrarse y comenzar a buscar y reconocer los detalles arquitectónicos o artísticos, porque toda esa belleza se te echa encima y no te deja pensar. Si además la visita coincide con un día luminoso y brillante... Uf, ni les cuento.
Después de la visita ya sé por qué a Luis le hicieron santo: por mandar levantar la Sainte-Chapelle.
Esa capilla es impresionante . Conocí su existencia por el detalle de las columnas con la heráldica de Castilla (Luis IX era nieto de Alfonso o sobrino, estaba emparentado y le tenía gran admiración).
ResponderEliminarSaludos, gran blog
Muchas gracias.
EliminarAhora me entero yo del parentesco de Luis con Alfonso. ¡Siempre aprendemos algo nuevo!
Perdón, de Alfonso VIII el de las Navas
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