Hace un año, la prensa vino con la noticia de una estafa en Lérida. Decía que un brujo (sí, un brujo) se las había apañado para hacerse con miles de euros de algunos empresarios de la ciudad. Ayer mismo, la prensa anunció la absolución del brujo. Como los empresarios timados todavía pueden presentar un recurso contra el archivo de la causa, la sentencia no es firme. Pero el caso demuestra que todavía quedan jueces con dos sentidos: el sentido común y el sentido del humor.
El brujo, A.Q., fue denunciado por estafa. Era un brujo exótico, de origen mauritano, que practicaba auténtica brujería africana y decía tener dotes de vidente, ahí es nada. Sus habilidades habían llegado a los oídos de un empresario leridano. Entre una cosa y otra, el empresario de marras se dejó 39.000 euros en brujerías y ya ven ustedes, sin resultado alguno. El empresario se picó y denunció al brujo por estafa. Sólo entonces, tres empresarios más se atrevieron a sumarse a la denuncia contra A.Q. La prensa no cuenta cuántos más callaron, ni cuánto dinero ofrecieron entre todos a A.Q. En todo caso, una pequeña fortuna.
La policía y los caballeros que se dejaron los cuartos en la consulta de A.Q. han sostenido en el juicio que el brujo iba pidiendo cada vez más y más dinero. Pedía cifras extrañas, obtenidas multiplicando la fecha de nacimiento por la edad o qué sé yo. Los empresarios pagaban religiosamente (nunca mejor dicho). A.Q. negó esta acusación. Nunca cobró más de 700 euros por consulta, declaró.
Lo que cobró o no cobró por consulta no es significativo, ha dicho el juez. Ha sobreseído la causa. Cito: Sólo hace falta recordar que los denunciantes acudieron al denunciado porque, a través de rituales de magia, solucionara sus problemas económicos y personales. El juez considera que esto no es engaño suficiente y recuerda la condición de empresarios de los clientes de A.Q. La señora abogada del acusado recordó que el Tribunal Supremo afirma que (cito de nuevo) no existe estafa cuando el estafado acude a médiums, magos, poseedores de poderes ocultos o tiradoras de cartas. Que se ve de lejos que todo eso es una engañifa, vamos.
El juez concluye diciendo que no se aprecian suficientes indicios que justifiquen la concurrencia de engaño en los hechos denunciados. Dicho de otro modo, el engaño era tan obvio que no puede ser calificado como estafa. Una manera muy elegante de decir que os está bien empleado, por tontos.
El brujo, A.Q., fue denunciado por estafa. Era un brujo exótico, de origen mauritano, que practicaba auténtica brujería africana y decía tener dotes de vidente, ahí es nada. Sus habilidades habían llegado a los oídos de un empresario leridano. Entre una cosa y otra, el empresario de marras se dejó 39.000 euros en brujerías y ya ven ustedes, sin resultado alguno. El empresario se picó y denunció al brujo por estafa. Sólo entonces, tres empresarios más se atrevieron a sumarse a la denuncia contra A.Q. La prensa no cuenta cuántos más callaron, ni cuánto dinero ofrecieron entre todos a A.Q. En todo caso, una pequeña fortuna.
La policía y los caballeros que se dejaron los cuartos en la consulta de A.Q. han sostenido en el juicio que el brujo iba pidiendo cada vez más y más dinero. Pedía cifras extrañas, obtenidas multiplicando la fecha de nacimiento por la edad o qué sé yo. Los empresarios pagaban religiosamente (nunca mejor dicho). A.Q. negó esta acusación. Nunca cobró más de 700 euros por consulta, declaró.
Lo que cobró o no cobró por consulta no es significativo, ha dicho el juez. Ha sobreseído la causa. Cito: Sólo hace falta recordar que los denunciantes acudieron al denunciado porque, a través de rituales de magia, solucionara sus problemas económicos y personales. El juez considera que esto no es engaño suficiente y recuerda la condición de empresarios de los clientes de A.Q. La señora abogada del acusado recordó que el Tribunal Supremo afirma que (cito de nuevo) no existe estafa cuando el estafado acude a médiums, magos, poseedores de poderes ocultos o tiradoras de cartas. Que se ve de lejos que todo eso es una engañifa, vamos.
El juez concluye diciendo que no se aprecian suficientes indicios que justifiquen la concurrencia de engaño en los hechos denunciados. Dicho de otro modo, el engaño era tan obvio que no puede ser calificado como estafa. Una manera muy elegante de decir que os está bien empleado, por tontos.
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