Pitos y flautas


El fútbol es un suceso que me aburre. Es difícil afirmar en público que el balompié es una murga y que me importa bien poco si gana el Barça o el Madrí, porque uno es de Ferrari, qué le vamos a hacer, y tanto me da qué hacen o pueden dejar de hacer veintidós tipos en calzoncillos dándole de patadas a un balón, pudiéndoselas dar los unos a los otros. El rugby, por ejemplo, del que me confieso incapaz de comprender las reglas, es mucho más divertido. Pero tengo que reconocer que el mundo del fútbol arrastra tras de sí multitudes y provoca sucesos extraños e inverosímiles, y ésos sí que me interesan.

Por ejemplo, el fenómeno del pulpo Paul, que en paz descanse, del que hablaré otro día, porque me tiene fascinado. Por ejemplo, el caso del portero Pinto, del que hablaré ahora.

Yo ni sabía que existía un portero que se llamaba Pinto, ni que era del Barça, ni que en un partido de la Copa de No Sé Qué, o del Campeonato de No Sé Cuántos, se enfrentó a los delanteros del Copenhague. Pero he sabido que los delanteros del Copenhague se abrieron paso hasta la portería del Barça, dejando atrás a la defensa patria. Pinto, nuestro héroe, un tipo de extraña apariencia, por decirlo suavemente, quedó a solas frente a Santin, un brasileño que se gana la vida como futbolista en Dinamarca.

El señor Pinto, viéndolas venir, silbó con tal suerte y tal arte que el pito se confundió con el silbato del árbitro. El delantero, pronto a meter gol, se quedó de una pieza, quietecito, creyéndose amonestado. Poco después, había llegado la caballería y Santin se había quedado sin balón y con un chasco enorme en el cuerpo. ¡Le habían tomado el pelo! Pinto salvó un gol a golpe de ingenio. ¡Bravo!

El caso es que la UEFA, creo que es la UEFA, o la FIFA, o la ONU, qué importa, le ha metido un paquete al señor portero días después del pitido... del partido, perdón. Dicen los de esa organización que engañar así al señor Santin es hacer trampas. Pues ¡claro que es hacer trampas! ¡Y muy bien hechas! Pero lejos de enorgullecerse de su ingenio, el portero se defiende con mentiras, asegurando que él practica el silbo canario con sus compañeros de equipo, utilizando el sonido de sus pitos para solicitar que vayan hacia aquí o hacia allá para defender la portería. Vamos, hombre, anda allá... ¡No hay de qué avergonzarse! Imitar el silbato del árbitro con tal arte y oportunidad merece un aplauso, y si la UEFA, la FIFA o la ONU no tienen sentido del humor, que les den. En último término, el reglamento no prohíbe silbar, ¿verdad que no?

El debate y la polémica están servidos.

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