El décimo


Hace ya unos años, leí una entrevista a un historiador que sostenía, razonablemente, que la Diputación del General de la Edad Media nada tenía que ver con la Generalidad de Cataluña que tenemos ahora. Hoy el tema ha vuelto a los periódicos (entonces no tuvo eco) y corre una polémica sobre este asunto. 

Al señor Pujol, quien fuera banquero y patriarca de una familia ejemplar, le dio por llamarse a sí mismo, en un alarde de modestia infinita, el 125.º presidente de la Generalidad de Cataluña, para evidenciar que lo suyo era la recuperación de una historia milenaria y tal y cual. Dejando a un lado si salen las cuentas, por qué era el 125.º y no el 123.º o el 127.º (la lista está abierta a interpretaciones), ¿puede darse por buena esta serie? ¿Es lo mismo un presidente de la Generalidad del siglo XX que uno de la Generalidad del siglo XVIII, cuando dejó de existir en su forma antigua? Entre una cosa y la otra, ¿qué?

La antigua Generalidad era una institución medieval en la que formaban los tres estamentos típicos de una república de Platón pasada por el cedazo del cristianismo. Es decir, se repartía entre la Iglesia (que ocupaba, por defecto, la presidencia), la nobleza y la burguesía. Un voto por estamento. Tres votos en total.

Este último estamento, el de la burguesía, era, en teoría, el popular, pero entonces funcionaba un sistema censitario y eso implica que sólo los más adinerados tenían opción al cargo de diputado; un cargo, además, reservado a los gremios, que atenazaban con mano de hierro la actividad económica de la industria y el comercio con una regulación que en la Edad Media podría estar bien, pero que en la Edad Moderna no era más que un estorbo. De democracia, nada, o bien poca cosa. Lo más parecido era el procedimiento de la insaculatio, consistente en meter todas las papeletas en un saco y escoger un cargo sacando una, echándolo a suertes. Así se escogía a muchos diputados.

Esta institución es semejante a tantas otras de corte medieval en toda Europa que fueron desapareciendo a partir del siglo XVII y XVIII, ya fuera por los decretos de los monarcas absolutos, ya fuera, más tarde, por las revoluciones liberales, que cambiaron el régimen estamentario por uno parlamentario e instituyeron la democracia parlamentaria como la conocemos hoy día, que es incompatible con este viejo sistema. La Diputación del General fue suprimida a principios del siglo XVIII en España, junto con instituciones semejantes en los demás reinos de la Corona. Esa supresión acabó con el rígido sistema gremial medieval y permitió que el comercio y la industria, ya libres de ataduras, iniciaran un prodigioso crecimiento a lo largo de todo el siglo, favorecido por la obertura del comercio con las Américas años después. 

Fue en 1931 cuando, recién instaurada la II República Española, se procedió a crear un gobierno autónomo en Cataluña. La idea original era crear una república federal, una propuesta política de larga tradición en Cataluña, pero esta idea no cuajó. El Gobierno de la República propuso llamar Generalidad de Cataluña a este gobierno autónomo, porque ya existía el nombre, pero podría haberlo llamado de cualquier otra manera. El parecido entre una institución democrática y otra medieval, si existe, es casual. Macià fue el primer presidente de esta institución democrática. 

Cuando se nos echó encima la Guerra Civil, se suprimió otra vez, de facto, pero hubo dos presidentes más en el exilio, Irla y Tarradellas, que tomaron el relevo al presidente Companys. La muerte de Franco y el regreso de Tarradellas supuso la reinstauración de esta institución. Por cierto, la única institución de la II República Española que fue repuesta durante la Transición. 

Si consideramos la continuidad desde 1931 hasta hoy, salen diez presidentes: Macià, Companys, Irla, Tarradellas, Pujol, Maragall, Montilla, Mas, Puigdemont y el nuevo, Torra. Todos ellos, a diferencia de los de la antigua Diputación del General, escogidos mediante sufragio universal (Macià sólo con el sufragio de los ciudadanos varones) en una democracia parlamentaria. Torra sería, pues, el décimo.

Considerar que es el 131.º o por ahí es llenarse de ínfulas y apelar al folklore, o confundir churras con merinas. Es sostener que el Bugatti tan hortera que fabrican los de Volkswagen para millonarios rusos aburridos es lo mismo que los automóviles que fabricaba Ettore Bugatti en Molsheim, Alsacia, antes de la Segunda Guerra Mundial, por poner un ejemplo. Pues, no. El Bugatti de verdad era el que había antes y lo de ahora es una apropiación de una marca para vender más. Eso no es tradición ni continuidad, sino oportunismo y propaganda. Hablo de Bugatti, claro, pero también podría hablar de lo otro con las mismas palabras.

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