Un valiente caballero francés (2)


El día de la invasión estaba muy próximo, pero faltaban pulir algunos detalles. ¿Qué mercante llevaría la munición y el combustible por el río Sebú hasta el aeropuerto recién capturado? 

En los buenos tiempos, el SS Contessa también llevaba pasaje. 

En el otro lado del Atlántico, las autoridades requisaban un mercante bananero, el SS Contessa, perteneciente a la Standard Fruit & Steamship Company. Aunque había sido fletado en 1930, tantos viajes por el Caribe y un uso intensivo del buque lo habían convertido en poco más que un montón de chatarra. Oxidado, renqueante, tan pronto fue requisado (y fue requisado a última hora) se averió. Tuvieron que llevarlo deprisa y corriendo a los astilleros de Norfolk, donde les dijeron que llevaría varios días apedazar el motor. Los militares no tenían tanto tiempo y en los astilleros se hicieron turnos de veinticuatro horas para poner al SS Contessa a punto. Máxima prioridad.

Su capitán, William H. John, era un pintoresco y viejo lobo de mar, casi un personaje de novela, y lo que sucedió a continuación parece realmente una novela. La tripulación había abandonado la nave y se había perdido por las tabernas y burdeles de Norfolk. Llevaban demasiado tiempo en alta mar y la paga les quemaba en los bolsillos. Cuando se anunció que (¡por fin!) habían reparado los motores del SS Contessa, antes de lo previsto, la mayor parte de la tripulación ya se había largado y costaría volverla a ver. En el ejército se pusieron nerviosísimos. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¡El tiempo se nos echa encima!

El SS Contessa, en sus buenos tiempos de bananero.

El capitán John tuvo una brillante idea, por llamarla de alguna manera. Mientras cargaban el SS Contessa con municiones y combustible altamente inflamable, su capitán y unos tipos del ejército se plantaron en la prisión de Norfolk. El capitán John reclutó una nueva tripulación formada por convictos de toda clase y condición, con experiencia marinera. Ni siquiera eran todos americanos y no todos hablaban inglés. Fue con ellos con los que se hizo a la mar ese mismo día, en la vieja cafetera del SS Contessa. Atravesó el Atlántico en solitario, burlando a los submarinos alemanes y presentándose justo a tiempo para la invasión.

La noche del 7 de noviembre se inició la batalla de Port Lyautey.

No hay comentarios:

Publicar un comentario