La EFSA (Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria) ha dicho que hasta aquí podíamos llegar. El año pasado se encontraron con 40.000 alimentos que aseguraban curar alguna dolencia, prácticamente cualquiera, del estrés a la osteoporosis, del estreñimiento a la colesterolemia, de la burrada a la tontería. Así que la EFSA se ha puesto las pilas y ha dicho que, a partir de ahora, nadie anuncia que su alimento cura tal cosa o tal otra si no lo demuestra científicamente. O pasan las pruebas que pasa un medicamento o se van a acordar de lo que vale un peine.
No sé si la EFSA y sus equivalentes españoles tienen tanta fuerza y tanta autoridad como para sacar los colores y los cuartos a base de multas y prohibiciones a la Danone, a Unilever y demás. Pero ahora se podrá denunciar a la empresa que asegure que su yogur mejora las defensas del organismo, pongamos por caso, sin especificar cuáles, cómo o de qué manera, o que regula el tránsito intestinal, reduce el colesterol o le pone a cien cuando se trate de mantener bien alto el pabellón. Nada de eso. Como mucho, después de pruebas de doble ciego, estudios, pruebas y más pruebas, el yogur de marras sólo podrá anunciar qué hace exactamente.
El meollo del problema, y a ver si se enteran, es que ningún alimento cura.
Lo diré de otra manera: no comer mata (de hambre) y comer algunas porquerías complica la existencia; pero comer no cura, sólo te mantiene vivo.
Hemos resuelto la cuestión de la subsistencia: no parece que vayamos a morir de hambre. Tenemos tantas delicatessen a nuestro alcance que la glotonería ya no es un aliciente (aunque para mí siga siéndolo). ¿Qué puede movernos a comprar un yogur y no otro? Que el nuevo yogur cumpla una nueva función. Que cure, por ejemplo. Que nos permita ser más guapos, más inteligentes, más jóvenes, cagar más y mejor, contar con la alianza de los lactobacilos, que son bonísimos, aunque no se sepa exactamente qué cosa es un lactobacilo ni para qué sirve. ¡Qué argumento de venta! ¡Cuánta estupidez!
La EFSA intenta (sin demasiado éxito) controlar tanta tontería y limitar el engaño (perdón, la publicidad) de algunas empresas. Es una buena noticia, aunque temo que publicistas y engañabobos seguirá habiéndolos un paso por delante de la norma.
No sé si la EFSA y sus equivalentes españoles tienen tanta fuerza y tanta autoridad como para sacar los colores y los cuartos a base de multas y prohibiciones a la Danone, a Unilever y demás. Pero ahora se podrá denunciar a la empresa que asegure que su yogur mejora las defensas del organismo, pongamos por caso, sin especificar cuáles, cómo o de qué manera, o que regula el tránsito intestinal, reduce el colesterol o le pone a cien cuando se trate de mantener bien alto el pabellón. Nada de eso. Como mucho, después de pruebas de doble ciego, estudios, pruebas y más pruebas, el yogur de marras sólo podrá anunciar qué hace exactamente.
El meollo del problema, y a ver si se enteran, es que ningún alimento cura.
Lo diré de otra manera: no comer mata (de hambre) y comer algunas porquerías complica la existencia; pero comer no cura, sólo te mantiene vivo.
Hemos resuelto la cuestión de la subsistencia: no parece que vayamos a morir de hambre. Tenemos tantas delicatessen a nuestro alcance que la glotonería ya no es un aliciente (aunque para mí siga siéndolo). ¿Qué puede movernos a comprar un yogur y no otro? Que el nuevo yogur cumpla una nueva función. Que cure, por ejemplo. Que nos permita ser más guapos, más inteligentes, más jóvenes, cagar más y mejor, contar con la alianza de los lactobacilos, que son bonísimos, aunque no se sepa exactamente qué cosa es un lactobacilo ni para qué sirve. ¡Qué argumento de venta! ¡Cuánta estupidez!
La EFSA intenta (sin demasiado éxito) controlar tanta tontería y limitar el engaño (perdón, la publicidad) de algunas empresas. Es una buena noticia, aunque temo que publicistas y engañabobos seguirá habiéndolos un paso por delante de la norma.
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