El primer problema que tienen que resolver los militares es qué tipo de murciélago es el más adecuado para el ataque. Tiene que ser un murciélago fortachón, patriota, audaz, sacrificado, capaz de volar con un peso atado al cuello que doble su propio peso. Un grupo de naturalistas recorre los Estados Unidos costa a costa, hasta dar con el llamado murciélago de cola de ratón (tadarida brasiliensis), que es un murciélago pequeñín, pero apropiado para el caso.
También dan con una colonia de veinticinco millones de murciélagos de cola de ratón en Bandera, Texas. Los militares seleccionan dos cuevas del lugar para atrapar los murciélagos necesarios mediante unas trampas muy ingeniosas. La zona queda acordonada por los marines, que se pasan una buena temporada en el lugar cazando bichos. En éstas, ya estamos en 1943.
El segundo problema es el explosivo que tienen que acarrear estos murciélagos, el cómo será la bomba. Un químico del National Defense Research Committee, el doctor Louis S. Fieser, diseña el artefacto explosivo, que pesa 28 g. El combustible es una sustancia pegajosa, con aspecto de melaza, que se obtiene mezclando nafta y aceite de palma. Con el tiempo, el potingue será conocido como napalm.
El explosivo se sujeta al cuello del murciélago con dos clips quirúrgicos. El doctor Adams es un genio, pero también tiene su corazoncito. No quiere que los animales sufran innecesariamente. Con el sistema de los clips, los murciélagos se libran de la bomba así que se cuelgan boca abajo para dormir. La bomba cae, prende el napalm, se origina el incendio y el murciélago tiene todavía la oportunidad de salvar su vida.
¿Y el tercer problema? Pues ¿cuál va a ser? ¿Cómo transportar a miles de murciélagos hasta el Japón, para soltarlos encima de una ciudad enemiga?
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