Tengo que decir que soy muy despistado y que se me escapan las cosas más interesantes que ocurren en la ciudad. Así ocurrió hace casi un año, el pasado 8 de septiembre.
Ese día, dos artistas hicieron una performance que molestó a la ideología predominante. Tal fue la molestia que la acción se censuró casi de inmediato. La profanación fue considerada sangrante e inadmisible y la reacción del poder, fulminante.
Les pido que recuerden el follón que se organizó cuando el MACBA quiso cancelar la exposición colectiva La bestia y el soberano. Todo por una obra de Ines Doujak, Haute Couture 4. Transport, que había sido expuesta meses antes en la Bienal de Sao Paulo. La escultura de papel maché de la austríaca costó dimisiones y polémicas el pasado mes de marzo, busquen en las hemerotecas. El asunto se arrastró durante días en los periódicos, dejó huella.
Pero la performance de Álex Giménez y Jorge Rodríguez-Gerada duró menos que un pastel a la puerta de un colegio y apenas se habló de ella. Para ser exactos, se silenció. De la performance hablaron pocos y de la censura que sufrió, casi nadie.
La historia es que el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) organizó una exposición temporal llamada Nonument. Se trataba de algo así (copio):
Nonument es un proyecto con el que el MACBA invita a 28 artistas de su entorno para que reflexionen sobre cómo se puede incidir hoy, desde las prácticas del arte, en los problemáticos vínculos entre acontecimiento, conmemoración, estética y ciudad. El resultado es un conjunto de propuestas inéditas (específicamente concebidas para esta exposición), donde se observa de qué modo reinterpretan los lenguajes artísticos la tradición del monumento.
En pocas palabras y que se entienda, los artistas invitados iban a cuestionar la función de los monumentos. Según todos ellos, son instrumentos de propaganda política del poder que invaden el espacio público, poco más o menos. La tesis es conocida, pero siempre es interesante darle vueltas a la versión oficial de la historia para descubrir que muchas veces es interesada. La crítica es siempre bienvenida.
Hay que señalar que el acto se organizó a la sombra y bajo el amparo de los actos del Tricentenario del 11 de septiembre de 1714, contando con el beneplácito de las autoridades que se llenaron la boca de epopeyas patrióticas... y que fueron víctimas de la crítica de los artistas invitados a la exposición. Eso tuvo consecuencias, porque hubo quien se molestó.
De entrada, Miquel Calzada (Calçada, perdón), comisario de los actos del Tricentenario, no acudió a la inauguración. Por el simple hecho de descubrir que muchos artistas eran críticos con el prusés (incluso estando a favor de él). Así que surgieron problemas de agenda y se escaqueó. No puedo, lo siento, adiós.
Se presentaron veintiocho artistas. Daniela Ortiz cuestionó algunos de los monumentos de Barcelona con Contestació, donde mostraba la documentación que los ciudadanos habían reunido para solicitar la retirada de esos monumentos (la estatua de Colón entre ellos). Otros, Elvira Pujol y Joan Vila-Puig, presentaron Resolució d’inadmissió (Resolución de inadmisión), que no era más que la resolución del Departamento de Presidencia de la Generalidad de Cataluña que no consideraba admisible su propuesta de monumento para la celebración del Tricentenario. Tal cual.
Victor Pimstein proponía rehacer (o simplemente destruir) las actuales sedes de la Generalidad de Cataluña y del Parlamento de Cataluña para adaptarlas a una Cataluña independiente, ciertamente chocantes y originales, pero que provocarían urticaria a cualquiera en el poder (y a cualquiera, en general). Antoni Arola proponía una escalera para entrar al Palacio de la Generalidad por una de sus ventanas, para poner énfasis en la relación entre el poder y la gente (dando por sentado que ahora no existe, a lo que se ve). Etc.
Pero todas estas locuras se guardan dentro de la exposición, no se habla de ellas y ya está, que la gente que acude a los museos de arte contemporáneo son cuatro friquis mal contados. El aparato del régimen optó por un silencio opresor y aquí paz y después gloria.
Pero, ay, ay, la que organizaron Álex Giménez y Jorge Rodríguez-Gerada. Se acercaron al Mercat del Born, donde el Born Centre Cultural, la Zona Cero del nacionalcatalanismo, el monumento per excellence de la ideología que tiene las riendas del poder político en Cataluña, donde se enterraron noventa millones de euros para mayor gloria y propaganda de lo chachiguays que somos.
La performance, fotografiada por El País.
Frente a tal centro, se alza el mástil de una bandera que mide 17,14 metros de altura y que costó (sólo el mástil) la friolera de 60.000 euros. Pues van Álex Giménez y Jorge Rodríguez-Gerada alzan al lado del mástil un grandísimo preservativo transparente que también mide 17,14 metros. Para alzarlo enhiesto y desafiante, lo llenan de globos de helio y allá van, con su condón patriótico, hasta plantarlo donde la bandera, ocultándola. Acto seguido, comenzaron a repartir 1.714 condones entre el público asistente. Asistieron al acto Josep Bohigas, famoso arquitecto y comisario de la exposición, y Bartomeu Marí, director del MACBA (el que luego tuvo que dimitir por La bestia y el soberano). Era un acto programado y anunciado.
Se me ocurre aquello de ¡A ver quién la tiene más grande!, pero los artistas sostuvieron otras motivaciones. Copio:
Es una invitación a reflexionar sobre la ocupación del espacio público. La mayor aportación del urbanismo a la democracia fue crear esos vacíos, el espacio que era de todos y que después se ha llenado. [...] Claro que también se puede tomar como una gamberrada, ganas de hacer sonreír a la gente que pasaba por allí.
La Vanguardia publicó la fotografía de la maqueta de la performance.
La ofensa no fue bien digerida.
Me parece muy bien reírse de todo. Si alguien censura la risa, mal asunto. Pero los fanáticos de la fe no tienen permitido reírse de sus símbolos más sagrados y tan pronto se alzó la goma al lado de la bandera, ¡zas!, salió hecho un basilisco el mismísimo director y alma mater del Centre de Propaganda... perdón, del Centre Cultural del Born.
A gritos, o poco menos, se indignó ante semejante afrenta y profanación y tan burro se puso que la performance se suspendió. Bien poco tiempo aguantó el preservativo gigante ante la bandera y la acción cultural dejó de tener lugar en el Centre Cultural del Born. Porque una cosa es la cultura contemporánea y otra la Cultura del Régimen (la que levanta monumentos, precisamente).
Sólo nos queda recordar que el acontecimiento pasó despercibido. Yo no me enteré porque soy un despistado, pero ni la radio ni la televisión públicas, ni los medios subvencionados (casi todos) mencionaron el caso. Como si no hubiera existido. Aquí nadie alza condones al lado de la bandera, ni en broma. Ni soñarlo.
Ese director del Centre Cultural del Born que salió echando espumarajos por la boca gritando sacrilegio y profanación es Quim Torra.
El Guardián de la Fe, que no quiere preservativos en el Templo.
Trabajó veinte años en cosas de seguros; luego montó una editorial y el 30 de abril de 2011 fue elegido consejero permanente de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y poco antes, o poco después, vicepresidente de Òmnium Cultural. Al año siguiente, en 2012, fue nombrado director del Born Centre Cultural. Él en persona dirigió la musealización de las ruinas (tremenda). Cuando Muriel Casals, la presidenta de Òmnium Cultural, dejó el cargo para presentarse en la lista de ERCDC (la lista de Mas), el tipo ocupó el cargo de presidente de la sociedad patriótica. También es famoso por sus tuits, que no hacen más que subrayar lo que pensábamos después de haberlo visto ante el preservativo. Es un tipo de fanático que confunde la crítica con la herejía, la profanación y la ofensa. Un imbécil, vamos. Y así nos va, cediendo libertades ante esta gente.
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