Esperando

Bartolo, perdón, San Bartolomé, ocupa un escaparate desde hace un tiempo. Está ahí, esperando. Le queda poco. Las chirimías ya se han desatado y las colles de bailarines rondan por el pueblo ejecutando lo que llaman bailes de lucimiento, cada una por su lado.

Para quién no sepa qué son esos bailes de lucimiento, son las formas canónicas del baile, la danza en un escenario, que es la acera delante de la casa del señor alcalde, el patio del Hospital de San Juan o la calle que pasa por delante de casa. Dependerá un poco del año o de los honores que quieran dispensarse.

Los diablos quemarán las pólvoras y recitarán los versos; las gitanas trenzarán las cintas; el ball de bastons ejecutará su belicoso combate simulado. Merece la pena verse, porque luego, cuando llega la procesión, no se detiene la caravana para que tal pastorcillo recite un verso o para que tal baile monte su escenografía completa (y a veces, compleja). Hay que soportar los calores de la primera tarde, pero si uno quiere conocer los bailes, no hay mejor modo.

Pero Bartolo, perdón, San Bartolomé, ay, esperando a que le vayan a buscar. Será esa tarde. Lo montarán en unas andaderas y lo devolverán a la Parroquia de San Bartolomé y Santa Tecla, la iglesia que marca el perfil de Sitges. Mientras tanto, posa para los indígenas y los forasteros, con la navaja y el Evangelio en arameo, preguntando qué hora es, si falta mucho, quejándose de lo lento que pasa el tiempo. ¡Lo que hay que hacer por Sitges!

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