Pablito clavó un clavito


A éste lo clavaron en Cerdanyola del Vallès.

De los íberos sabemos mucho o muy poco, según se mire. Su lengua sobrevivió al latín y se convirtió en lo que ahora llamamos vasco. Sabemos leerla, pero no sabemos qué dice, porque los íberos utilizaban el alfabeto griego, pero escribían en su propia lengua, todavía incomprensible (aunque se pilla alguna palabra suelta). Podemos reconstruir su organización política por lo que dejaron escrito los romanos y lo que queda de sus poblados, pero se nos escapan muchos detalles de su vida y costumbres. No parecía darse una unidad política íbera, pero sí una relativa unidad cultural. En Cataluña, varias tribus de íberos se repartían el territorio y se mataban los unos a los otros con la insistencia y la voluntad de quien lo tiene por costumbre.

La arqueología científica en Cataluña tuvo un importante componente ideológico nacional y cuando, a principios del siglo XX, los arqueólogos catalanes dieron con cráneos enclavados en los poblados íberos de la región se llevaron un susto. Los bienintencionados sabios eran reacios a admitir que sus antepasados fueran de natural tan brutos. Los arqueólogos que siguieron a éstos también se veían influenciados por otra construcción nacional de la Historia, que consideraba al íbero como hispano genuino y primigenio. Verlo clavando cráneos fue desagradable e inconveniente. Ambas escuelas de arqueología dieron por buenas las explicaciones que hablaban de una pena capital especialmente cafre para crímenes tremendos y blasfemos, a base de clavarle a uno un clavo de palmo y medio en la cocorota. No se les ocurrió ver más allá.

A Dios gracias, ha habido arqueólogos serios y avances en la ciencia forense que han permitido establecer una decapitación previa al enclavamiento. En los años noventa, la teoría de la pena capital ya había sido completamente descartada. El clavo no era el arma homicida, sino el sostén de un trofeo que uno colgaba en la pared de su casa o en un lugar que se viera. El cráneo era el de un enemigo, es lo que se cree. Pudiera ser también que fueran cráneos de amigos notables, pero la mayoría de los historiadores prefieren mentar las cabezas del enemigo, por ser la costumbre más coherente con las de otros pueblos de los alrededores.

Parece ser que el ritual del enclavamiento se asemeja mucho al celta y a otros tantos del arco mediterráneo. En medio de la batalla, cuando un guerrero íbero derrotaba a otro de su misma condición, se quedaba con su cabeza. Se sospecha que también podía arrebatarle otros atributos masculinos, pero como son perecederos, no tenemos constancia de ello. En fin, decíamos que lo derrotaba y lo derribaba. Entonces, se iba hacia él y lo decapitaba allá mismo, in situ. Si lo había matado, mejor; si no, privarle de la cabeza acababa con sus días.

El detalle es importante: no se solía esperar a que acabara la batalla, sino que uno procedía a la adquisición del trofeo inmediatamente, sin tiempo que perder. Se interrumpía el combate, de hecho. Era un ritual religioso que liberaba al enemigo de su derrota y hacía que uno se enriqueciera con el prestigio y la fuerza del derrotado. Algo así. Visto con cierta perspectiva, las guerras de los íberos tenían mucho de cacería. Vamos a por unas cabezas. Vamos. Tito Livio y Diodoro Sículo, romanos, critican esta manía por hacerse con la cabeza del prójimo, clasificándola como bárbara, por no decir absurda. Vaya unos, los romanos, para criticar barbaridades.

Una vez con la cabeza en la mano, ésta se ataba al cinto por el pelo, o se colgaba de los arreos del caballo (por eso los calvos eran tan mal vistos). Luego se llevaba a casa, se disponía un clavo bien grande y se procedía al enclavamiento, atravesando la cocorota de arriba abajo con un largo clavo de hierro. Se colgaba en la puerta de casa, para que se viera, o en lo alto de una empalizada. Más cráneos, más prestigio. ¿No cuelgan los cazadores las cabezas de sus trofeos? Lo mismo.

Donde se han visto y documentado más enclavamientos en España a manos de los íberos ha sido en Cataluña. Se conocen cuatro casos del yacimiento de Ullastret, dos del de Puig Castellar (en Santa Coloma), y otro de Ca n'Oliver, en Cerdanyola del Vallès. Y hablo de todo esto porque se ha publicado estos días un nuevo descubrimiento en Ullastret.

Los dos cráneos mejor conservados del nuevo descubrimiento en Ullastret.

Se contaban ya cuarenta años sin tropezar con otro cráneo enclavado y van en Ullastret y ¡caramba! encuentran siete. Siete, no está mal. Dos de estos cráneos se encuentran en un magnífico estado de conservación, con clavo y todo. Gracias a estos restos y a la más moderna tecnología forense, se puede documentar mejor tan curiosa costumbre de los primeros habitantes civilizados de Cataluña.

2 comentarios:

  1. A este paso, de estar por esos lares, todavía tendría que ver mi cabeza atravesada por un clavito en la puerta de algún convergente...

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  2. No, Carlos, no. Para eso tienen la televisión. Esto es pura cultura mediterránea; un poco bestia, de acuerdo, pero pintoresca y singular.

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