Comienza la campaña electoral.
Comienza en Cataluña la campaña electoral. El Gobierno de los Mejores, después del peor gobierno que se recuerda desde que el Parlamento de Cataluña se elige democráticamente por sufragio universal, y eso que no ha durado ni dos años.
¿Quién se acordará de la educación pública?
¿Quién eludirá hablar del paro?
¿Alguien sabe hacia dónde vamos, realmente? Me da que no.
El Gobierno de los Mejores, decía, después de un sonado y estrepitoso fracaso y de una horrenda política social, puede recoger los frutos de su cosecha y llevarse una fácil mayoría absoluta después de convocar unas elecciones anticipadas por ver si ahora sí se llevan la mayoría absoluta a casa, para privatizar y recortar a destajo, capricho o discreción. Quien lo entienda, que lo explique, pero ya les aviso que los catalanes somos así de idiotas y por eso nos va como nos va.
Unas encuestas dicen que el resultado será una mayoría tremebunda de CiU y otras, que no llegará a la absoluta, aunque ganará de calle. La diferencia se explica matemáticamente por la ley de Hondt, el tamaño de la muestra estadística, el margen de error y el hecho de que el voto de un catalán vale más o menos según donde viva. Si vive en la provincia de Barcelona está vendido, porque su voto valdrá la mitad que el de cualquier otro catalán. Pero no les aburriré con este asunto, que parece no importar a nadie más que a mí (a las pruebas me remito: treinta años sin siquiera una propuesta de Ley Electoral catalana son un escándalo que sobrepasa cualquier mesura).
Perdonen, que me he ido de madre. Quería decir que, ay, estamos otra vez de campaña electoral. Es decir, ahora es oficial, porque los aparatos de propaganda no se han detenido en ningún momento. Ahora viene el patapún final después de mucho ruido, un final que no será más que el principio de otro concierto dodecafonista y aburrido, de esos que suenan siempre igual y que no se acaban nunca, machacón y disonante.
Algunos, ni se acordarán. Mismos perros, mismos collares. Qué cambio ni qué niño muerto.
Hay cosas que no cambiarán nunca.
Habrá que cuidar la imagen del candidato.
La campaña se centrará en una consulta nacional, garantía de futuro.
Lo cierto es que ya nada volverá a ser como antes.
Unos juegan con ventaja, echando mano del No-Do; otros, alzando la voz; entre todos parece que vivamos en un cine antiguo, de esos en blanco y negro, donde se proyecta el noticiario entre nubes de humo de tabaco y olor a rancio mientras allá al fondo se pelean unos y otros porque haga el favor de quitarme las manos de encima, que no sabe quién soy yo, y el común, entre las inauguraciones del pantano, la censura, el humo y las broncas, se queda sin poder ver tranquilamente la película del día, una del oeste, por distraerse de lo mal que se vive ahí afuera, en la calle.
Pese a todo, al final habrá un premio consistente en tomar una decisión, votar o no votar, seguida de otra, qué votar, que es lo más bonito que se puede decir de nuestro sistema político. Ya dijo Sartre que la maldición de la libertad es que al final uno se ve obligado a elegir y arrepentirse siempre después de haber elegido.
En resumen, que Dios nos pille confesados. Ojalá sea todo para bien.
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