Una situación embarazosa



El miedo es la chispa que enciende los actos más heroicos, me explicó una vez mi padre, y sabía lo que se decía. No contaré la historia de mi padre, pero sí la del sargento de vuelo James Allen Ward, al que todos llamaban Jimmy. 

Jimmy era neozelandés. Comenzó los cursos de piloto de aviación en 1938 y se alistó en la RNZAF (la Real Fuerza Aérea de Nueva Zelanda) en 1940, con 21 años. Pronto partió hacia el Reino Unido. En enero de 1941 ya era copiloto en un Vickers Wellington del 75.º Escuadrón (NZ).

Jimmy en la cabina de su Wellington.

Jimmy conoció el horror de la guerra. Las misiones de bombardeo nocturno eran terribles y angustiosas. La primera noticia de los cazas enemigos eran las balas trazadoras de sus ametralladoras agujereando las alas y el fuselaje y rara vez se sobrevivía a uno de estos ataques. La artillería antiaérea era una lotería mortífera de la que nadie se libraba. Poca gente sabe que las bajas de los escuadrones de bombarderos eran tanto o más numerosas que las bajas de una división de infantería.

La noche del 7 de julio de 1941, el 75.º Escuadrón (NZ) bombardeó el área de Münster, en Alemania. De regreso a casa, sobre Holanda, de sopetón y sin previo aviso, un caza alemán ametralló el bombardero de Jimmy. El ametrallador de cola respondió al fuego enemigo. Aseguró que le había dado, porque lo había visto caer fuera de control. Quién sabe. Lo cierto es que le habían herido en el pie. 

Una imagen artística de la aventura de James Allen Ward.

De repente, la herida del ametrallador de cola perdió todo interés. Una explosión estremeció todo el aeroplano. Se había incendiado el depósito de combustible situado justo detrás del motor de estribor (el derecho). ¡Fuego! ¡Fuego! El piloto cortó el suministro de combustible. Si no se apagaban las llamas, perderían el ala entera, el avión se desplomaría sobre territorio enemigo y tendrían suerte si lograban salvar sus vidas lanzándose en paracaídas. Además, la balacera del alemán había averiado casi todo.

La tripulación echó mano de los extintores, incluso del termo de café que llevaban consigo. Abrieron un agujero en la tela del fuselaje para echarle espuma y café al fuego, pero no tuvieron éxito. Apareció Jimmy. Dejadme a mí, dijo. 

Lo vieron quitarse el paracaídas, para asomarse a la ventanilla que empleaba el navegante para orientarse con las estrellas (una ventana muy chiquita). ¿Qué haces, loco? Le convencieron para que no se quitara el paracaídas, le ataron una cuerda al cinturón y el piloto redujo la velocidad todo lo que pudo. ¡Vamos, Jimmy!

Se lo creerán o no, pero así fue. Jimmy salió afuera y agujereando la tela del armazón del ala fue buscando apoyos para pies y manos hasta llegarse al fuego. Con la tela que servía de funda para los motores, apagó el incendio. En éstas, la tela se hinchó con el viento y de poco que no arrastró consigo a Jimmy. ¡Le fue de muy poco! Por suerte, ya se habían apagado las llamas. Jimmy se había jugado la vida, pero había salvado a sus compañeros. El depósito siguió perdiendo combustible, pero ahora podrían regresar a casa... con suerte.

Jimmy se enfrentó entonces al problema de regresar de nuevo al avión. Aterido de frío, golpeado y maltratado por el viento, apenas lo consiguió. A pocas millas de Newmarket, donde aterrizarían poco después, volvió a inflamarse el combustible, con mucho ruido y aparato, pero tan pronto se inflamó como se apagó. Sobrevivieron.

La fotografía del escenario de la hazaña de James Allen Ward.
A) Agujero en el depósito de combustible. B) Ventanilla del navegante, por donde salió y entró Jimmy. 1, 2 y 3) Agujeros que hizo Jimmy en la tela del fuselaje para afianzarse y no caer. 

Se propuso para la Cruz Victoria (la máxima condecoración al valor del Reino Unido) al sargento de vuelo James Allen Ward, por salvar a sus compañeros en circunstancias sumamente adversas y con riesgo de su vida (sic), pero el caso no se resolvió enseguida. Fue polémico, de hecho. Jimmy no se sacrificó por sus compañeros, dijeron los críticos, sino que se la jugó para salvarse también él. ¡Maldita la diferencia! Como decía mi padre, el miedo que le entró a Jimmy de morir ahí mismo lo empujó al suicida paseo por el ala, haciendo de bombardero bombero. Fue un héroe muerto de miedo, un héroe de veras, no un loco homicida.

Por un ventanuco como éste entró y salió Jimmy.

El caso, por insólito, tuvo mucha fama. Poco después de merecer la mención para la Cruz Victoria, Jimmy se vio vestido de veintiún botones y en presencia del primer ministro en el número 10 de Downing Street. El héroe resultó ser un chaval tímido y parecía acobardado ante tantos mandamases. Churchill, el primer ministro, supo verlo y se le acercó. Ésta debe de ser una situación muy embarazosa para usted, pues se sentirá cohibido ante mi presencia, dijo. Sí, señor, tartamudeó Jimmy. Pues imagínese entonces cómo me siento yo ante la de usted, respondió Churchill, rindiéndole un merecido homenaje.

Por desgracia, Jimmy murió en combate, el 15 de septiembre de 1941, muy poco después. Su Wellington fue alcanzado por la artillería antiaérea sobre Hamburgo, se incendió y se estrelló. Sobrevivieron dos de los cinco tripulantes. Fue la undécima misión de combate de Jimmy. Un año más tarde, en octubre de 1942, la familia recibía los honores de la Cruz Victoria a título póstumo.

Un Vickers Wellington muy parecido al de Jimmy. La burbujita en el lomo es la ventanilla del navegante por la que salió y regresó Jimmy. 

Jimmy está enterrado en Hamburgo, en el Commonwealth War Grave Cemetery de Ohlsdorf. Las condecoraciones que recibió en vida y después de muerto fueron cedidas por la familia al Auckland War Memorial Museum, y la maqueta de su Wellington, la que tallaba en madera cuando murió, se exhibe en el RNZAF Museum. 

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Sobre su tumba,

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