Niebla de pólvoras





El baile del dragón.

Contubernio demoníaco.

Lucifer haciendo de Lucifer.

A mí me puede el olor de pólvoras y el estruendo. No me da por correr desafiante bajo cáscaras de chispas, sino que me arrimo como un diletante, atento al ruido del petardo y a la cadencia de las explosiones, disfrutando del oloroso aroma del fuego de azufres. Por eso valoro tanto la niebla cegadora e irritante que dejan tras de sí diablos, demonios, grifos y dragones, que a ellos protege y a uno desampara, dejándolo a merced del pim pam pum de la artillería. Cuando eso ocurre, se alcanza una excelencia sinfónica.

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