El señor Bovet conoció la fama gracias a sus ataques a los cultivos transgénicos. Después de arrasar algunos cultivos experimentales, el señor de los bigotes se lanzó a la política defendiendo una agricultura ecológica y subvencionada (especialmente subvencionada) por una Europa proteccionista. El ecologismo del señor Bovet tiene dentro de sí los genes del conservadurismo francés más rancio, y por eso tiene éxito. Es, dígase así, un conservadurismo transgénico, un ultranacionalismo al que se le ha implantado algún gen del ecologismo de los años sesenta. Se resume, en la práctica, en nada de alimentos que no sean franceses, nada de importaciones de alimentos, vivan el campo y la tradición. ¿Y los países del Tercer Mundo, que no tienen quien les proteja y no pueden competir contra las subvenciones de la agricultura europea? Pues, que les den, que se las apañen solos, porque aquí prima la autarquía y el cultivo sibarita de los países ricos.
Ahora, después de la decisión del Consejo de Estado de Francia, que pronto explicaré, el señor Bovet se estará estirando de los bigotes, mientras sus conocidos de Greenpeace auguran una catástrofe ecológica tremebunda y una intoxicación masiva de los franceses, que morirán padeciendo horribles enfermedades por ingerir alimentos modificados genéticamente y engendrarán monstruos deformes y babosos. Eso o poco más o menos.
Todo porque el Consejo de Estado, que es la máxima autoridad jurídica francesa, ha anulado la moratoria del cultivo de una variedad transgénica del maíz, el MON 810 (MON, de Monsanto) que había aprobado el Gobierno francés. Se había prohibido cultivar en 2008, porque se sospechaba que tenía un impacto ambiental significativo, o porque podía afectar a la salud de las personas. También se había prohibido en Alemania, Austria, Hungría, Grecia, Luxemburgo y Bulgaria.
Sin embargo, existen varios estudios y meta-análisis que afirman que la decisión de prohibir el MON 810 es injustificada desde el punto de vista científico. Así, por ejemplo, el impacto ambiental de esta variedad de maiz se confunde con el impacto ambiental de las actividades agrícolas en general. No existe una evidencia clara y distinta de un impacto ambiental debido exclusivamente al MON 810 y que no se dé en otros cultivos de maiz.
La verdad es que se prohibió porque la palabra transgénico tiene una mala fama que tira para atrás... y por razones puramente económicas y políticas.
En general, el alarmismo ecologista traspasa la línea roja cuando hablamos de la modificación genética de seres vivos, plantas o animales, y abandona el rigor y el método de la ciencia para adentrarse en el mundo de las creencias y los demonios. Decir transgénico en una reunión de ciudadanos con conciencia ambiental (sea lo que sea eso) provoca urticaria e irritación, y defender el cultivo transgénico es la forma más fácil de acabar contando los dientes. Lo transgénico es pecado, se concluye, y no hay quien saque de ahí a los creyentes. En cuestiones de religión, la fe mueve montañas y Monsanto es el demonio en persona personalmente.
A lo que íbamos. El Consejo de Estado ha anulado la moratoria porque el Ministerio de Agricultura francés no ha podido demostrar fehacientemente el peligro que se le supone al maíz MON 810. Si prefieren decirlo así, no ha podido aportar ninguna prueba sobre su impacto ambiental o su toxicidad más allá del impacto ambiental o la toxicidad de cualquier otra variante del maíz. El Consejo de Estado da la razón a la Corte Europea de Justicia, que señala que para prohibir un cultivo transgénico se necesitan pruebas objetivas sobre el peligro que supone en su entorno o sobre su toxicidad en personas o animales, considerando, además, que ha sido sometido a pruebas de control de todo tipo y que lleva muchos años siendo consumido por millones de personas, sin apreciarse nada fuera de lo normal. Como no se aportan pruebas del peligro, no se puede prohibir.
Los ecologistas han pillado una indigestión, pero también los políticos franceses, que consideran el campo francés como algo que no se puede tocar ni privar de subvenciones y saben que la ciudadanía confunde lo transgénico con la criatura de Frankenstein. Sólo le faltaba a Sarkozy, recién papá, en medio de una crisis y con elecciones, tener que autorizar el MON 810. Los suyos han puesto el grito en el cielo y ya veremos cómo acaba todo esto.
Fe y ciencia, pero en versión contemporánea.
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