Pintan bastos en el Gobierno de la Generalidad de Cataluña, pero mucho peor pinta para los gobernados. No se pongan enfermos o esto irá a peor.
En España, llevamos mucho tiempo tonteando con el copago sanitario. El copago (o compago, que sería más correcto) es la agregación de un pago a otro, un pagar por segunda vez, o pagar en una vez dos cosas diferentes.
El compago sanitario hace tiempo que ya existe. La gente ya paga sus impuestos y además compaga un tanto por ciento de su salario al sistema de Seguridad Social; además, la mayoría compaga los medicamentos en la farmacia. Los defensores del copago, los compaguistas, argumentan que el actual sistema sanitario es insostenible (cuando quieren decir que pierde dinero) y que una tasa o pago (o compago) sobre la visita médica, la receta o el tratamiento es disuasorio (i.e., desincentiva la visita al médico).
Primera cuestión: Si no queremos o no podemos gastar lo mismo o más en la sanidad pública es porque no tenemos más remedio que afrontar otros gastos o porque, simplemente, preferimos dedicar el dinero a otros fines. ¿Qué puede ser más importante que la salud o el bienestar de las personas? ¿La educación? ¿La justicia? ¿La investigación y la innovación? ¿El apasionante programa televisivo Caçadors de bolets? ¿El F.C. Barcelona? ¿Tener en nómina la prensa mediante subvenciones? ¿La promoción de los bailes populares prepirenaicos en Nueva York? ¿La publicación de varios miles de ejemplares de los discursos completos de Jordi Pujol cuando presidente? ¿Qué?
Hay dinero, y más que suficiente, para sanidad, justicia y educación pública, y existen mecanismos de incentivación de la investigación y la innovación. Lo que pasa es que se gasta el parné en otras cosas, no hay más. Cuando la necesidad aprieta, quizá tenga uno que escoger entre un canal de televisión y un hospital, eso es lo que pasa, y mucho nos tememos que los lideres patrios prefieren la televisión.
Segunda cuestión: El efecto disuasorio. No me extenderé. Está más que probado que los disuadidos son siempre las personas con menos recursos económicos o sociales, que son, qué casualidad, las que más necesitan de la sanidad pública. Si se receta demasiado, quizá convenga que el médico no recete lo que no es necesario, o que se simplifique el sistema de recetas en los casos de enfermedad crónica. No hay más que decir.
El problema es, seguramente, una mala (o muy mala) gestión. El sobrecoste del sistema sanitario tiene una relación directa con una macrocefalia directiva y la dilución (hasta la práctica desaparición) de la responsabilidad de organizar el asunto entre tantos directivos. Además, la experiencia nos hace dudar de la capacidad profesional (incluso intelectual) de la mayoría de jefes que nos toca sufrir en la Administración Pública.
Así, por ejemplo, don Baudilio, a. Bío Ruiz García, consejero de Salud (sic), ha dicho que piensa aplicar un tique (boleto, vale, factura, billete) moderador, una tasa administrativa por receta médica, un tanto por receta, que pagará el enfermo, naturalmente. Todavía no se sabe quién quedará exento y qué habrá que pagar por receta, pero don Baudilio ya ha asegurado, y citaré textualmente: No estamos estudiando un nuevo copago, sino la posibilidad de imponer una cantidad fija a cada una de las recetas que se emitan desde el Sistema Nacional de Salud, con independencia del precio del medicamento. Ah, bien.
No sé en qué mundo vive el caballero, o si es muy leído (me parece que no), pero a pagar por receta le llaman, en mi tierra, copago. Le llaman tique moderador (me gusta más el galicismo tiquet que se emplea en catalán, como me gusta más croissant que cruasán)... Le llaman tique moderador, decía, o tasa administrativa, o lo que sea para evitar la palabra maldita (copago), que es lo que es, pueden poner ustedes la mano en el fuego.
Es la manifiesta evidencia de la incapacidad, quizá el desinterés, de nuestros líderes patrios. No les importa la sanidad pública, o no demasiado, o no parece que les importe. Los cargos directivos siguen igual de numerosos e inútiles y seguimos siendo los españoles que menos euros invierten per cápita (en valor absoluto y relativo) en sanidad pública. Lo demás, cuentos.
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