No han pasado ni dos días desde que se inició el escrutinio de los votos emitidos por los ciudadanos el 20 de noviembre. Sale don Artur Mas, Presidente de la Generalidad de Cataluña, y como quien no quiere la cosa, por sorpresa, como si, de repente, le hubiera acuciado la necesidad, anuncia rebajas en el sueldo de los empleados públicos, una subida de precios en el agua, el transporte público, los combustibles, etcétera, y no descarta barreras para recibir ayudas sociales, o directamente pagar por solicitar algún servicio sanitario. Lo de depurar cargos y gestionar mejor, ni se menciona, porque uno no promete lo que no puede y no muerde la mano que le da de comer.
Esto se sabía, no pilla a nadie por sorpresa. A ver quién se escandaliza por ello.
Eso sí, no se decía en voz alta, sino de tapadillo. Sin eco en la prensa, se anunciaban medidas semejantes en jornadas y seminarios. Sin publicidad, a salvo de miradas indiscretas, se ultimaba el nuevo plan de recortes. Se afilaban las tijeras, con alevosía y nocturnidad.
Pero en campaña, era el adversario el que tenía planes ocultos. Madrid, básicamente, nuestro particular chivo expiatorio. Porque ellos, no, en absoluto, ellos no ocultaban nada, qué iba a ocultar. Pues, ya ven ustedes.
Es una acusación que podemos hacer en voz alta y clara, porque ¿acaso miento? Pero es una censura que podemos hacer a otros muchos, a todos los demás, como quien dice. Lo que no quita méritos a la triste manera en como éstos pretenden jugar con nosotros. El pecado es el mismo.
El ciudadano habría agradecido muchísimo a estos caballeros que nos hubieran dicho la verdad por una vez en la vida, y que nos hubieran dicho qué pensaban hacer, aunque lo sospecháramos. Nadie va con la verdad con delante, sino que vienen por detrás, sin avisar, y al final... zas. El resultado es previsible: el noble oficio de la política se corrompe y se nutre del engaño.
La honestidad en democracia es un valor, no un lastre, pero nuestros líderes patrios no acaban de comprender de qué va esto. La mediocridad les pierde y la realidad les abruma. Éste no será el problema, pero seguro que forma parte de él.
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