La mayor parte de los escritores no se ganan la vida con lo que escriben. En España, a decir de un famoso editor, no son más de cinco los que viven de sus novelas. El resto tiene que dar clases en la universidad, publicar artículos en los periódicos, dar conferencias o fichar cada mañana en una oficina para poder comer... y escribir. Para algunos escritores, el trabajo es un suplicio que no les permite escribir; para otros, aunque parezca mentira, es una liberación que les permite distraerse de la escritura, pues la escritura es una amante celosa, caprichosa y tiránica, capaz de agotar a cualquiera.
Jack London, por ejemplo, cuando comenzó a ganarse la vida con sus cuentos, dijo que escribir era lo más parecido a unos trabajos forzados, y de ahí el título de la doctora Daria Galateria, Trabajos forzados (Los otros oficios de los escritores), que publica Impedimenta traducido por Félix Romeo.
Es un ensayo ameno y curioso, que rastrea las biografías de algunos escritores y sus trabajos forzados. Unos contemplan la oficina como una liberación; otros, como la propia esclavitud. Los hay que dejaron de trabajar para escribir, y se sintieron al fin libres, y viceversa, abandonaron la escritura para poder trabajar y liberarse. Se dan escritores que fueron hábiles cazadores de focas, eficientes contables, contrabandistas astutos, empresarios de mucho éxito o fracasados, detectives privados metidos en el ajo, vendedores puerta a puerta de funesto recuerdo, trabajadores manuales en una cadena de montaje... Bajo la anécdota, se oculta un mundo complejo e interesante. Es un libro recomendable.
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