Prometheus

En 1979 se estrenó Alien, que luego se llamó Alien, el octavo pasajero, y más tarde ha sido considerada la séptima mejor película de ciencia-ficción de todos los tiempos (en 2008, por el American Film Institute). En suma, un peliculón. Este año, Prometheus se suma a la serie de películas de la saga, que ya eran cuatro en total, más dos de Alien contra Predator, que no sabría como calificar.

Ridley Scott, el director de Alien, ha dirigido Prometheus, que es la última de la saga, aunque sea eso que ahora llaman precuela, aunque podrían llamarla con alguna otra palabra. Esta película nos explica qué hacía una nave alienígena en el sistema Zeta II Reticuli, cargada de huevos de un bicho malo malísimo, y por qué una nave de Weyland Corp., la Nostromo, pasaba por ahí. La factura de los decorados, los efectos especiales y demás es impecable; pero no esperen Alien.

Prometheus está bien, tiene momentos espectaculares y se distrae uno, pero tiene agujeros en el guión que serían insoportables en un calcetín.

Que los seres humanos fueron creados por una raza alienígena tiene su gracia y puede provocar muchos intríngulis de ésos que llaman filosóficos y así uno vende un hueco como un pensamiento profundo. La ciencia no soporta una hipótesis tan disparatada, pero la ciencia-ficción de los libros y del cine, sí, y no sería la primera vez. Eso, pues, no importa. Pero, especialmente hacia el final, uno tiene que comulgar con tres o cuatro piedras de molino. Uno hace de tripas corazón y se dedica a contemplar los fuegos de artificio, que son de primera, pero añora el Scott de The Duelists, Alien o Blade Runner.

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