Es verlo para creerlo. El Ayuntamiento de Sitges se gasta cada año en el castell de focs (los fuegos de artificio) lo que no tiene y más. Los indígenas presumen de reunir en el Paseo Marítimo a un millón de personas que vienen de toda la comarca para contemplar tanta pólvora quemada. En la comarca no viven ni cien mil, pero si dicen un millón, un millón será. Yo no contaría más de diez mil personas en las playas, quizás, pero sostener un número tan pequeño en una tertulia de El Cable me supondría poner fin a mis días de manera rápida y desagradable.
El castell de focs es el orgullo indígena. Son los mejores fuegos de artificio de la comarca; por lo tanto, los mejores de Cataluña; en consecuencia, no hay en el mundo nada igual. Sostenga usted que en su pueblo los queman mejores y conocerá una muerte horrible. Ningún indígena que se precie de serlo tolerará que otros puedan quemar mejores pólvoras.
Eso sí, hay que verlos cuando las queman. Esta bengala ha salido torcida; el petardo, flojo; la palmera...; qué mierda de gusanitos; la del ochenta y tres sí que fue una buena traca, porque ésta...; los he visto mejores, otros años; esto no tira... Piden silencio a los espectadores y cuentan cada cohete como si les fuera en ello la vida. Quien atiende al delicado sonido de un Stradivarius no será tan sutil como el suburense puesto con la mascletá del final del castell de focs, en la que apreciará siempre, y digo siempre, alguna deficiencia en el tono, el timbre o el ritmo de las explosiones.
Pero ¡cuidado! La crítica es para los indígenas. No les dé la razón. Defienda el castell de focs. Si le dicen que este año ha sido una mierda, no diga usted que sí, que lo ha sido, o morirá. Diga usted que no, que ha sido muy bonito. Pasará por idiota, pero salvará su vida.
Pero este año, a los indígenas no les llegaba la camisa al cuerpo. Como las deudas del Ayuntamiento de Sitges suman muchos millones de euros y no hay dinero para nada, temían lo peor. He visto caras muy preocupadas este año. Además, está la nueva directiva europea, decían. Qué miedo.
El señor alcalde propuso hacer un castell de focs de quince minutos, porque no llegaba para más. No murió en el intento porque San Bartolomé se apareció en medio de la Comisión de Fiestas y lo arrebató de las manos de sus verdugos. Se apaciguaron los ánimos y se decidió, finalmente, una retallada en el castell de focs del 12,5%. Es decir, duraría veinticinco minutos, no media hora.
El espectáculo comenzó veinte minutos tarde, pero las pólvoras quemaron bien, hicieron mucho ruido y cumplieron sobradamente con su cometido. Aunque aprecié en algunos indígenas un cierto decaimiento.
La traca ha sido floja, suspiraban. Otro año será.
Que no, que ha estado muy bien.
Pero ¿qué sabrás tú?
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